Las campanas u otros elementos sonoros subsidiarios y su repique han marcado tradicionalmente los momentos del día (horas canónicas u horas astrales), situaciones de celebración históricas o hechos puntuales acontecidos, noticias acaecidas o posibles peligros inminentes. Ocurriendo esto, durante siglos, tanto en las colectividades civiles como en las comunidades religiosas.
De este modo, en las localidades cacereñas del valle del Jerte o las Hurdes y en las salamantinas de la Sierra de Francia (La Alberca o Mogarraz), existe un ritual diario que al crepúsculo se repite y se conoce como el toque de ánimas. Consiste en un recorrido al atardecer que realiza una mujer (moza de ánimas) al son de una esquila bajando por la calle Real, va sin hablar o saludar a nadie y no se para en su recorrido, recitando o murmurando una oración por las almas del Purgatorio, dejando de tocar en las cruces de caminos o plazas; y las gentes se descubren o santiguan a su paso. Y su origen se asocia a la Cofradía de Ánimas establecida hacia el siglo XVI, tan extendida en toda la Península.
El patrimonio cultural inmaterial está de moda. Con esta rotunda afirmación pretendemos reflexionar sobre la evolución que este ámbito patrimonial ha experimentado desde que en el año 2003, UNESCO redactase la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, ratificada en 2006 por el estado español y materializada posteriormente en herramientas como el Plan Nacional de Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial (2011), la Ley 10/2015, de 26 de mayo, para la salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial y las diferentes reformas que han conducido a la inclusión del término y su aplicación en algunas de las normas autonómicas.
Su desarrollo ha suscitado en los últimos años el surgimiento de determinados debates centrados, principalmente, en los diferentes modelos de gestión a la hora de llevar a cabo procesos de patrimonialización, su consideración en relación a otros ámbitos patrimoniales tangibles y el papel que desempeña en ello la comunidad portadora, entendida esta como el conjunto de personas protagonistas de las diferentes prácticas inmateriales clasificadas según los ámbitos establecidos por la Convención de 2003.
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