Las castañas han sido siempre una buena solución contra el frío del otoño y del invierno, y en consecuencia, también los castañeros. Cuando se acortan los días y el frío empieza a hacer acto de presencia, hay algo que nos llama de las castañas y de los puestos de los castañeros. ¿Es el sabor de las castañas? La dulzura, el calor, la textura, los diferentes sabores. ¿El olor, tal vez? Huele a calidez, y en consecuencia parece que el ambiente atempera. Además, reunirse y alimentarse alrededor del tamboril tiene algo de magia. El ruido del tamboril es desagradable y a su vez, atractivo, y el fuego que hay que hacer para asar castañas parece llamarnos de alguna manera. ¿Cómo evitar que las manos se acerquen a las brasas del tamboril buscando calentarse? Esa atmosfera parece inducirnos a prestar atención a nuestros propios sentidos. ¿Cómo evitar acercarnos, aunque sea una vez al año, al puesto de un castañero?
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