¿Qué tiene el verso para atrapar tanto al público? Por todo el mundo existen culturas que trabajan la improvisación oral, pero ninguna tiene la fuerza que hoy en día tiene el bertsolarismo. Prueba de ello es el Campeonato de Bertsolaris que se celebra cada cuatro años en Euskal Herria –este año se está disputando con un año de retraso debido a la pandemia–. Un campeonato en el que, tras varias sesiones de eliminatorias por toda Euskal Herria, suelen llegar ocho bertsolaris a la gran final. Estos ocho improvisadores deben cantar ante unos catorce mil oyentes, en actuación de mañana y tarde. A través de los medios de comunicación otros muchos oyentes siguen el acto. También expertos de todo el mundo se acercan a una retransmisión de esta envergadura. Pero creo que lo más chocante es el silencio casi litúrgico que se produce antes de que los bertsolaris empiecen a cantar. Esas catorce mil gargantas callan de pronto, por completo, para dar expresión a una sola garganta. Ese singular hilo de voz, a través de improvisadas palabras en euskera, teje en segundos miles de corazones, hace vibrar miles de pieles, humedece miles de ojos, provoca miles de carcajadas… ¿Dónde está el secreto de ese hecho mágico?
No todas las lenguas del mundo utilizan números exactos. Las culturas de Amazonia Munduruku y Piranhã, por ejemplo, son anuméricas, es decir, en vez de utilizar palabras para expresar cantidades exactas, usan solamente términos generales para indicar las ideas de ‘unos pocos’ o ‘algo’. Los números básicos en muchas lenguas suelen ser el 5, el 10 y el 20, y no parece ser una casualidad que estos coincidan con el número de los dedos de una mano, de las dos, o de las manos y los pies.
La mayoría de las lenguas proto-indo-europeas utilizan un sistema numérico basado en el 10, llamado decimal, como por ejemplo, el castellano. El euskara, sin embargo, utiliza un sistema vigesimal, que tiene el 20 como base: hogei (20), berrogei (40, dos veces 20), hirurogei (60, tres veces 20)… Esta característica la comparte, además de con el francés, que utiliza un sistema mixto entre decimal y vigesimal, con lenguas mayas y utoaztecas. Parece ser que los celtas y vikingos también usaban un sistema vigesimal.
Nos quedan por abordar los cuatro últimos meses del año. [Véanse Los meses del año en euskera (1) y Los meses del año en euskera (2)]
Irail ‘septiembre’. ‘Mes o luna del helecho’, de ira ‘helecho’ + (h)il ‘mes o luna’, llamado garoil en determinados lugares, de garo, que también significa ‘helecho’. Contamos además con otra forma un tanto curiosa, que es buruil. Esta voz ha generado diversidad de opiniones, pues tal y como apunta Caro Baroja buru podría significar ‘cabeza, principio’ o ‘remate o final’, de ahí que para algunos, como Vinson, septiembre fuese el primer mes, y para otros, como Wagner, Campión o el propio Caro Baroja, fuese el último mes del antiguo calendario agrícola vasco. Y aprovecharemos esta disparidad para comentar, parafraseando a Caro Baroja, que “es evidente que algunos meses no corresponderían con exactitud a los actuales latinos en un principio”. (más…)
Retomamos nuestro pequeño repaso etnolingüístico de los nombres que reciben en euskera los meses del año. [Véase Los meses del año en euskera (1)]
Apiril ‘abril’. Nombre que nos llega por la vía del latín (Aprῑlis), con el posible significado de ‘mes de Afrodita’ (del griego Aphrô) o ‘mes en el que se abren las flores’ (del latín aperῑre ‘abrir’). Resulta igualmente interesante la forma jorrail, que siguiendo a Caro Baroja entenderíamos como ‘mes o luna de la escarda’, labor que suele llevarse a cabo en estas fechas. Y añadiremos la forma opail, que según el propio Caro Baroja podría referirse bien a las ofrendas (del verbo vasco opa izan/egin ‘ofrecer’) bien a las tortas o los roscos de pan (de opil ‘bollo, panecillo, torta de pan’, que se compone a su vez de ogi ‘pan’ + bil ‘redondo’) que se hacían en esta época. (más…)