En mi infancia aún supe de personas analfabetas, pocas la verdad, y siempre mayores. Cuando tenían que firmar un documento dejaban la huella de su dedo índice. Unos más, otros menos, habían podido acudir a la escuela al menos los años suficientes para aprender ‘las cuatro reglas y a firmar’. Saber ‘echar la firma’ era algo tenido por importante y no digamos si la acompañaba una rúbrica florida. Cuando en mis rebuscas etnográficas contemplo documentos de generaciones pasadas observo firmas temblorosas y dubitativas y por rúbrica, a menudo, una simple raya. Se percibe el enorme esfuerzo que debían realizar. (más…)