Desde hace unos años se viene dando una circunstancia que, para una parte de la población quizá pueda pasar inadvertida. Esta es la diferenciación entre estación (desde una visión u observación de un periodo) astronómica y meteorológica.
Si nos referimos al hemisferio norte y, concretamente, al invierno, mientras la primera se circunscribe al inicio que marca el Solsticio entre los días 19 y 22 de diciembre, según año, la segunda toma como base meses completos: diciembre, enero y febrero.
En nuestra zona climática la temperatura y las condiciones ambientales van cambiando según transcurren las cuatro estaciones del año, y también dentro de cada día, si brilla es sol o nos ilumina la luna. Nuestro cuerpo no siempre se puede adaptar a esos cambios, así que tenemos que ayudarle con diferentes sistemas para que nuestra temperatura corporal permanezca lo más constante posible.
A la hora de combatir el frío, el fuego es nuestro primer aliado. Para mantener encendidas las llamas durante las largas noches de invierno tenemos que aportar leña a la hoguera de manera constante, lo que no podemos hacer mientras estamos dormidos. La cocina (sukalde, zona del fuego) siempre ha proporcionado calor en sus inmediaciones, pero el problema surge al querer calentar permanentemente el resto de la vivienda, y es que los dormitorios pueden quedarse muy fríos por la noche durante los meses de invierno.
Todo aquel que nos visite en invierno verá los montes de Iparralde ardiendo. El objetivo de dichos fuegos es la gestión y la limpieza de los pastos y prados para el ganado. Debido a la reducida extensión de las granjas de Iparralde, necesitan de los montes de los alrededores para abastecerse de los pastos. En consecuencia, cuidan y atienden el monte al igual que lo hacen con sus caseríos. Generalmente limpian con fuego aquellas zonas a las que no pueden acceder las máquinas.
La cocina (ezkaratza) ha sido y sigue siendo el corazón de la casa y de la vida familiar. Dentro de ella, el fuego del hogar era el elemento fundamental, pues servía para cocinar los alimentos, tanto de los moradores como de los animales, y calentar la casa. En su entorno se vivían infinidad de escenas familiares, se contaban viejas historias y se transmitían conocimientos.
Para construir el fuego bajo (beheko sua) de los caseríos se necesitaba un marco de tres lados, que se elaboraba con madera de castaño o duramen de roble. Los dos lados paralelos se clavaban a la pared y el tercero servía de unión de los otros dos. Y había que apuntalarlos para evitar que se cayeran. El interior se levantaba con ladrillo, como los tabiques. La solera era de hierro colado, porque de ser de hierro dulce se doblaría, e iba montada sobre una pequeña plataforma. El trasfuego (txapea) era también de hierro colado, en algunos casos de piedra arenisca, y solía estar decorado con motivos religiosos o profanos, como el Árbol de Gernika.