El profesor de la Universidad de Alcalá, José Manuel Pedrosa, basándose en noticias encontradas en el Memorial literario instructivo y curioso de la Corte de Madrid, del año 1875, dedicó un artículo breve al tamborilero Hilarión Bengoa, publicado por Labayru Fundazioa. Se da la circunstancia de que Juan Ignacio Iztueta cita en su obra Gipuzkoako dantza gogoangarrien kondaira edo historia (Euskal Editoreen Elkartea, Klasikoak. Donostia, 1990. Edición de María José Olaziregi. La cita aquí recogida se corresponde con las páginas 110-111.) a un tamborilero de nombre Hilario. Constituye, en su opinión, el prototipo de los tamborileros engreídos que, aunque grandes ejecutantes del silbo, eran responsables en gran medida de la pérdida y abandono de las danzas antiguas de Gipuzkoa por su desapego y desprecio hacia las melodías tradicionales. El apartado en que habla de aquel, se titula de la siguiente manera: Gipuzkoako dantzari prestuak beren sorterriko dantza oniritzietan ibilteari zergatik utzi izan dioten (Por qué los nobles danzantes de Gipuzkoa han dejado de practicar las amadas danzas de su tierra). Y culpa a los tamborileros de este tipo del abandono de dichas danzas.
Quizá no nos demos cuenta por la inercia actual de la vida cotidiana, pero si hay algo que, generalmente, no falta a la hora de la diversión y, principalmente, en fiestas, fines de semana y celebraciones varias, eso es la música.
Si bien la necesidad de interpretar melodías, por diferentes causas, viene de muy atrás en el tiempo, en los últimos siglos podemos distinguir básicamente dos usos en el ámbito callejero: el lúdico o de ocio y esparcimiento; y el ritual (religioso y/o civil). Además, la consideración de itinerante o móvil, por un lado, y fijo o estático, por otro, coincide con la presencia de los protagonistas directos, los músicos: letrados e iletrados; aficionados, profesionales y mendigos; instrumentales o con acompañamiento de voz; autóctonos o foráneos.