Según parece desde la prehistoria se cataloga el uso de rústicas flautillas, pero es a partir de la Edad Media cuando se produce una revolución musical que se va a desarrollar y extender por toda Europa Occidental (Italia, Francia, España, Portugal, América, etc.), la combinación melódica de la flauta de tres agujeros y el ritmo del tamboril en un mismo interprete (juglares y ministriles). En el siglo XVI, tenían asignada la enseñanza de danzas y bailes palaciegos, amenizar torneos o acontecimientos sociales de la nobleza. Este inusitado panorama sirvió de referente a las clases populares para adoptar esta figura en sus celebraciones religiosas, civiles, fiestas, procesiones, romerías, actos protocolarios o animaciones ambulantes. Paradójicamente, a todos ellos se les va a denominar por el generalizado nombre de “tamborileros” (danbolin) y hacia el s. XVIII, con su evolución y desarrollo musical, tanto en ámbitos nobles como plebeyos, se generará una encarnizada pugna (buscando el prestigio y la influencia en las contrataciones y las ofertas mejor remuneradas) entre los que dominaban la lectura musical y los que no.