El 14 de septiembre de 1889, festividad de Santa Cruz, vecinas y vecinos del barrio de Ariatza (Muxika) acudieron a misa. Tras la ceremonia, tal y como era costumbre, los jóvenes del barrio bailaron el aurresku. Solía haber cierta rivalidad entre ellos: por ser quien bailara mejor, quien alzara la pierna más alto… En aquel entonces, la presencia de pellejos de vino en lugares de culto se consideraba poco menos que una herejía, y la plazoleta, justo delante de la iglesia, era tan sagrada como el interior. Se percataron los aurreskularis que, mientras ellos bailaban, quienes iban a por vino no volvían a la plaza, y que los mejores danzantes perdían toda posibilidad de compartir un trago con el resto. Para solventar la cuestión, se le pidió al alcalde que autorizara el traslado del pellejo frente a la iglesia, pero el susodicho dijo que no. Dispuestos a lo que fuera, rodearon su casa, impidiendo que la abandonara, hasta que finalmente consintió. En adelante, pudieron disponer de tan preciado odre junto a la iglesia, desde la víspera de Santa Cruz hasta el domingo siguiente.
Entramos de lleno en la temporada estival de fiestas patronales, y también fiestas en barrios y ermitas. Pues bien, fue costumbre generalizada, hasta hace unas décadas, que agrupaciones informales de jóvenes se encargaran de su organización.
Dedicamos estas líneas al recuerdo de una tradición desaparecida durante la guerra civil, antaño común en muchas localidades de Bizkaia: la de los llamados zaragi-mutilak ‘los mozos del pellejo de vino’. Reciben el nombre de eskota ‘escote’ en la zona de Uribealdea, y su presencia en el municipio de Mungia, más concretamente en los barrios de Atxuri, Belako, Billela, Elgezabal, Iturribaltzaga, Laukariz, Markaida y Trobika, se dejó sentir con fuerza hasta mediados del pasado siglo XX. Se trata de una costumbre prácticamente perdida, que perdura y, en parte, se mantiene tan solo en los barrios de Atxuri y Trobika. (más…)