Si existen en el calendario unas fechas propensas para las soluciones milagrosas esas son las de los dos solsticios anuales.
En esta ocasión nos referiremos al solsticio de verano, es decir, a la noche previa al día de San Juan, con un gran potencial para soluciones extraordinarias, aquellas que superaban toda lógica y orden natural.
Así pues, uno de los rituales habituales de esa distinguida noche iba destinado a sanar niños herniados. Eran criaturas con evisceración parcial de las tripas a través de un desgarro en la membrana peritoneal que presentaban un bulto en la zona abdominal, a menudo en la ingle, allí donde se junta el muslo con el abdomen inferior. Dicha lesión podía tener consecuencias muy graves, incluida la posibilidad de la muerte.
Las distintas culturas han tenido relación estrecha con árboles, arbustos o plantas propias de su entorno natural, representativas de sus símbolos consuetudinarios, usadas en lo culinario y en procesos medicinales, o como modelos y motivos de inspiración de sus creaciones artísticas o adornos de sus artesanías. Entre ellos, encontramos el ramo de laurel (ereinotza edo erramua) que al inicio de la primavera está en su máximo esplendor o listo para ser bendecido y exhibido o adornado durante la jornada dominical del día de Ramos. Hecho o conmemoración religiosa que simboliza la bíblica entrada triunfal en Jerusalén de Jesucristo, a lomos de un borrico y recibido en el área mediterránea por la multitud agitando ramos de olivo y palmas. Pero en el ámbito atlántico es el laurel el que se conoce por sus supuestas y posibles propiedades, su significado protector contra el rayo y condimento aromático en la alimentación que ha perdurado a través de generaciones en la memoria colectiva de nuestra cultura tradicional. Apareciendo a modo de hisopo (junto al agua y la sal bendita) que los sacerdotes católicos han utilizado para infinidad de bendiciones de personas, animales, campos sembrados o agitadas aguas marítimas, haciendas o comunidades.
En su formato de pequeño ramo bendecido y protector personal se ha colocado sobre el crucifijo que encabezaba la cama o iba sujeto al aguabenditera de cada dormitorio y en ocasiones, se guardaba una pequeña porción de su hoja perenne, cara a elaborar amuletos (kuttunak) o situarlos intercalados entre las páginas de los devocionarios. También se encuentra cuidando la casa o chabolas de montaña, embarcaciones o a sus moradores, situando un ramillete en la puerta o el dintel, el balcón, en el acceso a los establos o encima del puente de mando de los barcos. Desde la bendición del Domingo de Ramos (en algunos casos, se procede a ello en la Cruz de Mayo) las cargas de cruces (txolak edo galtzuek) de avellano y adornadas de laurel, se van colocando en las distintas heredades y se sustituyen por las antiguas custodias vegetales que se consumirán en el fuego de la noche de San Juan.
Debemos tener en cuenta que en este tiempo primaveral, las embarcaciones salen a la mar, los campos están sembrados y que están a la orden del día las posibles plagas agrícolas, las enfermedades del ganado, los caprichosos fenómenos atmosféricos (heladas, granizo o pedrisco, pertinentes sequías o imprevistas y devastadoras tormentas). Conocido es que estos hechos, en otros tiempos, eran sinónimo de escasez de recursos, hambrunas, epidemias, muerte y desolación. Por otro lado, la utilidad en la medicina curativa tradicional de este arbusto es evidente y apropiada para diversas afecciones. Incluso es un elemento simbólico y habitual anunciador de la apertura de la época de degustación de algún barril de sidra o de txakolí, colocando un ramo en el establecimiento o vivienda y varias ramitas de laurel (branques) en los aledaños del lugar de producción y consumo. Sin olvidar que al finalizar la estructura constructiva o una edificación, los obreros sitúan un ramo de laurel en el punto más alto como señal de labor cumplida y sinónimo de elemento protector.
No hay duda que las colectividades tradicionales se aferraban a la interpretación simbólica e interesada de los elementos animales, vegetales y minerales que existían en su contexto natural. Dándoles un significado mítico o ritual, acorde a las necesidades surgidas en el devenir de la vida cotidiana o comunitaria, para ser elevados a un nivel de saber popular contrastado por la costumbre consuetudinaria y transmitido de modo oral o escrito. Siendo una constante en todas las culturas este proceso de contraponer elementos vegetales, como el laurel, frente a las adversidades, posibles peligros y miedos suscitados.
Josu Larrinaga Zugadi – Sociólogo
Antropólogos, etnólogos, etnógrafos, folcloristas, lingüistas o historiadores, entre otros, se han preocupado por elaborar sistemas de clasificación y catalogación en los que se puedan incorporar todo el sinfín de festividades y actos que componen nuestro calendario anual: tanto del pasado como del presente.
No dejando de lado ritualidad, autenticidad, tradicionalidad, así como otros muchos términos acabados en -dad, el principal aporte debería estar apoyado, sin duda, en la diversidad lúdica, la temporalidad o atemporalidad, el momento histórico, el ámbito espacial, los aspectos social y cultural, el contexto, etc.
La relación más directa y de indudable valor vital entre la naturaleza, (en su vertiente inanimada vegetal) y el ser humano, por estas latitudes y dejando de lado la información que diariamente nos abruma por medios audiovisuales y virtuales, forma prácticamente parte del pasado, pero sabemos qué nos queda aún y en qué proporción ha podido cambiar su sentido.
Podemos comenzar este breve repaso por las flores, como las de San Juan que, junto a cebollas, maíz, trigo, cerezas y otras hierbas, servían de ramo o sortie para ser bendecido en la iglesia y, posteriormente, ser colocado en la puerta o ventana de la casa el mismo día del santo. En contadas ocasiones podemos ver ya estos ramos y en algunas más la flor del cardo o eguzki lore. Peor recorrido, por su pérdida, ha tenido el encender gavillas de trigo e ir recorriendo las heredades particulares entonando un conjuro a favor de una buena cosecha.