Escondida en uno de los collados que jalonan las estribaciones orientales del monte Jata, la soledad y el misterio rodean la ermita de San Miguel de Zumetzaga. Unos robles seculares, castaños y alguna que otra encina milenaria extienden su sombra protectora sobre este sencillo, pero histórico templo, del que se piensa que fue construido a finales del siglo XII, en estilo románico tardío. A su lado, guardián vigilante de esta hermosa joya, se halla el caserío Zumetzaga.
La ermita es un edificio modesto, orientado hacia el este, y que está resuelto con una única nave rectangular, presidida por un ábside casi cuadrado. Éste se encuentra reforzado por unos potentes contrafuertes exteriores que le dan una imagen peculiar al conjunto. Todos los muros, así como las bóvedas, están construidas con piedra de mampostería y en cada fachada aparece sólo un hueco. Tres de ellos son accesos y en la cabecera del templo se sitúa una pequeña ventana por la que entra la muy poca luz que recibe el interior. En ella, y en la puerta orientada hacia el Sur reside el mayor interés del edificio.