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Indicador en la subida a la Llana de Salduero, en el Valle de Carranza. Luis Manuel Peña. Archivo Fotográfico Labayru Fundazioa.

Escribió Barandiaran que la toponimia es un manto invisible que cubre el territorio que habitamos. Son varias las capas que se superponen en un paisaje, tantas como lecturas podemos realizar del mismo. El geólogo es capaz de analizar su esencia más íntima, la que sostiene a todas las demás; el botánico lleva a cabo un relato de la cubierta vegetal; el geógrafo puede realizar una interpretación en la que comienza a aflorar la labor de los humanos; y el prehistoriador trata de descifrar los restos de quienes nos precedieron hace tanto tiempo. En este contexto, ¿cuál es la misión del etnógrafo?: leer el lenguaje de las actividades humanas, los modos de vida y sus consecuencias e interpretarlo a la luz de los testimonios de quienes habitan y desempeñan en él su trabajo. Cuando habla con los informantes, que son los vecinos de la localidad objeto de estudio, más si se trata de averiguar la vida del mundo rural y sobre todo de las áreas de monte, comienza a encontrarse con topónimos que solo pueden anclar en el paisaje aquellos que los emplean y que los heredaron de quienes utilizaron esa tierra antes que ellos. No digamos, claro está, el papel fundamental de los lingüistas que recogen la toponimia de boca de los que la han utilizado. (más…)