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Cuadro de José Arrue. Fuente: Archivo fotográfico de la Fundación Labayru.

El profesor de la Universidad de Alcalá, José Manuel Pedrosa, basándose en noticias encontradas en el Memorial literario instructivo y curioso de la Corte de Madrid, del año 1875, dedicó un artículo breve al tamborilero Hilarión Bengoa, publicado por Labayru Fundazioa. Se da la circunstancia de que Juan Ignacio Iztueta cita en su obra Gipuzkoako dantza gogoangarrien kondaira edo historia (Euskal Editoreen Elkartea, Klasikoak. Donostia, 1990. Edición de María José Olaziregi. La cita aquí recogida se corresponde con las páginas 110-111.) a un tamborilero de nombre Hilario. Constituye, en su opinión, el prototipo de los tamborileros engreídos que, aunque grandes ejecutantes del silbo, eran responsables en gran medida de la pérdida y abandono de las danzas antiguas de Gipuzkoa por su desapego y desprecio hacia las melodías tradicionales. El apartado en que habla de aquel, se titula de la siguiente manera: Gipuzkoako dantzari prestuak beren sorterriko dantza oniritzietan ibilteari zergatik utzi izan dioten (Por qué los nobles danzantes de Gipuzkoa han dejado de practicar las amadas danzas de su tierra). Y culpa a los tamborileros de este tipo del abandono de dichas danzas.

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Txistulariak Bermeoko madalenatan, 2013.

Txistularis en Bermeo, 2013.

Según parece desde la prehistoria se cataloga el uso de rústicas flautillas, pero es a partir de la Edad Media cuando se produce una revolución musical que se va a desarrollar y extender por toda Europa Occidental (Italia, Francia, España, Portugal, América, etc.), la combinación melódica de la flauta de tres agujeros y el ritmo del tamboril en un mismo interprete (juglares y ministriles). En el siglo XVI, tenían asignada la enseñanza de danzas y bailes palaciegos, amenizar torneos o acontecimientos sociales de la nobleza. Este inusitado panorama sirvió de referente a las clases populares para adoptar esta figura en sus celebraciones religiosas, civiles, fiestas, procesiones, romerías, actos protocolarios o animaciones ambulantes. Paradójicamente, a todos ellos se les va a denominar por el generalizado nombre de “tamborileros” (danbolin) y hacia el s. XVIII, con su evolución y desarrollo musical, tanto en ámbitos nobles como plebeyos, se generará una encarnizada pugna (buscando el prestigio y la influencia en las contrataciones y las ofertas mejor remuneradas) entre los que dominaban la lectura musical y los que no.

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José Arrue. Tarjeta postal. Archivo Fotográfico Labayru Fundazioa.

El Memorial literario, instructivo y curioso de la Corte de Madrid fue una revista (mensual primero y quincenal después) que estuvo saliendo entre enero de 1784 y diciembre de 1790, año en que fue suprimida por el gobierno, como casi todas las demás cabeceras de la prensa española, ya que se quería evitar la propagación al sur de los Pirineos de la Revolución que estaba triunfando en Francia.

En la crónica de “Una fiesta de toros” que apareció en el número de octubre de 1785, y que daba cuenta de algunas corridas que “en los días 3, 7, 17 y 24 de este mes se hicieron en la Plaza extramuros de la Puerta de Alcalá” (la principal plaza de toros de Madrid desde 1749 hasta su demolición en 1874), leemos este párrafo, relativo a la corrida del 24 de octubre (regularizo la ortografía conforme a la norma académica actual): (más…)

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Detalle de la vidriera del santuario de la Antigua de Orduña (Bizkaia)

Detalle de la vidriera del santuario de la Antigua en Orduña (Bizkaia). Archivo Fotográfico Labayru Fundazioa.

La devoción de las gentes de Orduña (Bizkaia) por la Virgen de la Antigua es muy anterior a la celebración de los ochomayos. La festividad se implantó el 8 de mayo de 1639, día en el que fue proclamada oficialmente patrona de la ciudad “para siempre jamás”. Cayó en domingo aquel año y se celebró con “fiestas de toros, máscaras e invenciones de fuego”, de ahí la tradición de que, por voto, el ochomayo deba contar con toros, cabezudos y fuegos artificiales. (más…)