Las campanas u otros elementos sonoros subsidiarios y su repique han marcado tradicionalmente los momentos del día (horas canónicas u horas astrales), situaciones de celebración históricas o hechos puntuales acontecidos, noticias acaecidas o posibles peligros inminentes. Ocurriendo esto, durante siglos, tanto en las colectividades civiles como en las comunidades religiosas.
De este modo, en las localidades cacereñas del valle del Jerte o las Hurdes y en las salamantinas de la Sierra de Francia (La Alberca o Mogarraz), existe un ritual diario que al crepúsculo se repite y se conoce como el toque de ánimas. Consiste en un recorrido al atardecer que realiza una mujer (moza de ánimas) al son de una esquila bajando por la calle Real, va sin hablar o saludar a nadie y no se para en su recorrido, recitando o murmurando una oración por las almas del Purgatorio, dejando de tocar en las cruces de caminos o plazas; y las gentes se descubren o santiguan a su paso. Y su origen se asocia a la Cofradía de Ánimas establecida hacia el siglo XVI, tan extendida en toda la Península.
Suenan las dulzainas-gaitas, los chistus… un grupo de adultos, y chiquillos de cautivadora mirada, se arremolina y rodea a unas figuras con facciones humanas pero caricaturizadas… Según avanza la comparsa de estas gigantescas imágenes, que se bambolean en un ejercicio de singular equilibrio, el gentío las acompaña… Nadie quiere perder su sitio y cercanía a tan insignes personajes…
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Pediría lo primero de todo a quien lea estas líneas un esfuerzo por desconectar mentalmente del siglo XXI y trasladarse dos o tres siglos hacia atrás. Sitúense en aquellos tiempos en los que no había luz eléctrica y se iluminaban con velas, en aquellos tiempos en los que la mayoría de los suelos eran de madera y había que limpiarlos y darles lustre, en aquellos tiempos en los que las almas de los difuntos preocupaban hasta el punto de facilitarles luz para ese tránsito de una vida a la otra, en aquellos tiempos en los que la cera era usada muchas veces como dinero pagando con ella la luminaria de los espacios públicos y de la iglesia… Era entonces, y lo ha seguido siendo hasta hace unas décadas, cuando la cera tenía una importancia y un valor que hoy nos cuesta imaginar.
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Hasta hace unas cuatro décadas, antes de la desaparición del pastoreo tradicional, uno de los bienes más preciados por los pastores de Gorbeia era la taloaska. Era, junto a la vara, el elemento que con más orgullo mostraba el pastor en su chabola, el bien más valorado.
La taloaska es, básicamente, una especie de artesa rectangular, con un asidero en uno de sus extremos, y se usaba para amasar el talo que se comía en aquellas interminables estancias en la majada, en sustitución del pan, ya que no se bajaba al valle más que cuando era estrictamente necesario. El pan no podía hacerse en la montaña, pero sí el versátil talo. (más…)