Apuntes de etnografía

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Leire Ibarrola. Izoria (Araba), 03-04-2023. Autor: Fernando Hualde.

Hablar de la elaboración tradicional del queso desde una visión etnográfica subliminalmente nos lleva a la imagen del pastor en su cabaña apretando la cuajada sobre un molde de madera para extraer de ella todo el suero posible; esa ha sido al menos la típica imagen que se ha dado en Gorbea, Aralar, Urbasa, Irati… y no nos falta razón.

Sin embargo, hay que reconocer que no en todos los sitios ha sido igual. Si algo tiene nuestra tierra ―y esto nos diferencia claramente de otras regiones y de otros ámbitos geográficos― es que a la hora de analizar los métodos y las herramientas que nuestros antepasados empleaban para hacer el queso descubrimos que aquí éramos poseedores de una variedad y de una riqueza etnográfica que en ningún otro sitio se da de forma tan plural. Para darse cuenta de ello bastaría con que nos fijásemos en los moldes de desuerar que se emplearon antaño; los había de madera (con fondo y sin fondo, de aro fijo o de aro ajustable, de castaño, haya, abedul, etc.), de cerámica, zinc, mimbre… (más…)

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Fuente: Pedra stone design projects.

En el mundo rural el tiempo estaba regulado por el sol. Los campesinos no echaban en falta el reloj y apenas hacían uso de él. Las fiestas religiosas marcaban el calendario laboral del trabajo en la heredad, en el campo. Las fiestas estaban relacionadas con las cosechas, la finalización de labores como la trilla, la vendimia, la recolección…

Algunas festividades correspondían a santos universales (Juan, Pedro, Miguel, Marcos), otras eran de antigua implantación (Antón abad, Antonio de Padua, Ignacio de Loyola), también había grandes fiestas generales (Pascua de Resurrección, Asunción de la Virgen, san José, Todos los Santos) o de devoción local (Bartolomé, Blas, Marina). Algunas de ellas marcaban las labores agrícolas.

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Pintura de José Arrue. Foto: Juantxo Egaña.

Hay ocasiones en las que tras el más insignificante detalle se esconde una gran historia. Eso nos sucede con un friso que José Arrue pintó en 1919 para el Club Náutico de Bilbao, entonces ubicado en el primer piso del Teatro Arriaga. Hoy en día es propiedad de Iberdrola y se custodia, junto a otras obras de arte, en su emblemática Torre.

Pues bien, en uno de los cinco fragmentos que lo componían, aparece una muchacha elaborando limonada, una bebida muy típica de las antiguas festividades veraniegas vascas, para ofrecérselas a unos ilustres visitantes. La muchacha en cuestión aparece con la camisa remangada y ello es lo extraordinario en esta historia que nos ocupa.

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Zahagi dantza en el balneario de Zestoa. Foto: Archivo de Zestoa.

No es nada extraña la presencia del vino y los pellejos destinados a su transporte en las celebraciones festivas del país. Dando nombre a danzas y recorridos (edate dantza), constatado en la referencia de las danzas cantadas o su presencia icónica en las festivas agrupaciones de juventud (zaragi mutilek, mutil ardoak, eskotekoak, etc.) que se asocian al uso habitual de estos pellejos y la habitual invitación festiva de vino a los asistentes. Por lo tanto, no es descabellada la idea de considerar al citado odre, inflado de aire y ya terminado, como un elemento simbólico de indicar a la comunidad el final del jolgorio festivo y la propensión a tomar el ritmo rutinario de las labores productivas cotidianas.

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