La regulación de los derechos de autor genera importantes controversias y quebraderos de cabeza en el ámbito del Patrimonio Cultural Inmaterial. De hecho, nuestro sistema jurídico ha desarrollado una legislación en función de la propiedad, vinculando esta, en el terreno de lo inmaterial, a la creación o autoría.
¿Qué ocurre, entonces, en el caso de las expresiones del Patrimonio Cultural Inmaterial, en las que resulta difícil o imposible determinar un autor definido? ¿A quién corresponden los derechos de autor reconocidos por la ley?
En el ámbito académico e internacional en general, las manifestaciones del Patrimonio Cultural Inmaterial suscitan profundos debates en lo jurídico. Porque nuestros sistemas legales focalizan los derechos de autor en conceptos y principios tan sólidos como la propiedad y la autoría.
El río Oria es el más significativo de Gipuzkoa. Tras nacer en Aizkorri y recorrer 18 municipios en sus 75 kilómetros de largo, desemboca en el mar en Orio. Pese a que puede parecer que el municipio ha sido un pueblo pesquero históricamente, sus habitantes tuvieron que desarrollar también otros oficios para ganarse la vida. En la ría del Oria, es decir, en los kilómetros del río sometido por las mareas, existieron varios astilleros desde el siglo XVI hasta hoy en día. ¿Cómo puede ser eso? Originalmente, la costa oriotarra tenía una peculiaridad, sus corrientes la hacían muy peligrosa para navegar. Antes de que se construyeran las dos barras y obtuviera el aspecto con el que lo conocemos en la actualidad, los marineros de la localidad tenían verdaderos problemas para navegar por esta zona. Por lo tanto, históricamente se desarrollaron otros oficios.
En el primer apartado del artículo titulado Euskarakadak hablamos de cuestiones fonéticas, mientras que en este segundo nos centraremos en el área de la sintaxis.
Para hacernos una idea de lo que vamos a hablar, bastaría con recordar cómo hablaba el personaje Koldo Zugasti (el actor Karra Elejalde) en la película Ocho apellidos vascos: «Siempre me acordaba del cumpleaños tuyo; pero tampoco llamarte no iba a hacer, porque lo mismo igual te ponía incómoda o así…».
Hasta no hace tanto tiempo existió entre nosotros una bella costumbre popular que se celebraba en el día de San Juan. Consistía en observar y admirar el sol en el momento del amanecer ya que supuestamente era el día de su mayor apogeo, el solsticio de verano. Por ello surgía sobre el horizonte más vistoso y alegre que nunca, contento por saber que era su gran celebración.
La cita más incuestionable sobre aquella antigua tradición nos la ofrece Pascual Madoz en su Diccionario geográfico elaborado entre los años 1845 y 1850, en el que recogió información de todo el reino en base a las respuestas remitidas desde los diversos pueblos. Y dice así en la entrada de «Gorbea»: «Principalmente el día de San Juan Bautista suele ser extraordinaria la concurrencia que para los primeros albores del día se halla ya en la cima, esperando la magnífica salida del sol». Un acto muy popular y que, sin embargo, se nos escapa de los recuerdos más recientes y de las encuestas etnográficas.