Elementos de conjura o protección colectiva se han sucedido en el devenir del tiempo y según ámbitos geográficos concretos o entornos sociales inmediatos (familia, amistades, vecindad, viviendas, propiedades, etc.) frente a los fenómenos atmosféricos adversos, obscuros enemigos y sus temidas acciones o la creencia en castigos divinos y rachas de mala fortuna. Erigiendo estos componentes protectores en alturas para abarcar toda la colectividad (campanas, cruces, veletas, ermitas y sus figuras religiosas, troncos o árboles, fuegos, etc.), y las moradas (manos, garras o patas, agua, plantas o vegetales, motivos religiosos, cruces físicas y pintadas o colocar el sagrado corazón, etc.).
Como se puede constatar, el elenco destinado al amparo o defensa de la persona también es muy variado. De este modo, la cruz se muestra en su vertiente física: cruces benditeras en cabeceras de cama, en el sepulcro del descanso eterno; e impresas o elaboradas sobre escapularios, recordatorios, tejidos ornamentales y devocionarios, reliquias o una impronta de elementos. Este signo de identidad cristiana y particularmente católica, es una pieza religiosa (recuerdo de la Pasión de Cristo y promesa de vida eterna) que ha derivado, en el sentir popular, hacia un uso protector frente a oscuros seres o sus posibles acciones malignas contra personas, animales, propiedades y espacios.
Junto a otros componentes (fuego, sal, olios o aceites, agua y ceras bendecidas), a lo largo del ciclo vital se encuentran cascabeles, campanillas o amuletos (kuttunak) que llevaban los infantes prendidos en la ropa interior o pañales, siendo elaborados artesanalmente para evitar el “mal de ojo” (begizkoa). Las piedras (erroibenarri o zinginarri) adquiridas y llevadas por las madres durante la lactancia en sus endurecidos o agrietados pechos. Destacar las virtudes beneficiosas del reflejo de los espejos, el tocar madera y arrojar sal. El portar patas o garras de animales y realizar nudos de la suerte en simples pañuelos juveniles. Sin olvidar las ofrendas de luz y alimentos en la sepultura de los antepasados o finados.
En paralela finalidad encontramos los amuletos simbólicos como el santiguarse y formar o trazar una supuesta cruz. Que en la práctica doméstica, hemos visto dibujarla con la punta del cuchillo al cortar el pan para su consumo y era habitual esbozarla con el atizador en las brasas del hogar. Cada Miércoles de Ceniza es pintada en la frente de los fieles para recordarles: “que polvo somos y en polvo nos convertiremos”. Por su parte, el santiguarse acompañado de la genuflexión se presenta como muestra de veneración o reverencia y signo de defensa gestual ante lo desconocido. También, a modo de símbolo o simple mención, se manifiesta en forma de un auténtico rito de pasaje que da inicio y final al día o a actividades concretas y especiales. El uso religioso de valedoras jaculatorias, oraciones o rogativas. Además con una intención benefactora, frente a las fuerzas del mal y de carácter profano se realiza con las manos el signo de los cuernos, la “higa” o la “puya”.
Enraizamiento y persistencia de la pugna del destino humano entre las tres eternas visiones: ciencia, religión y magia, en realidad manifiesta que bascula de un ámbito a otro. No tenemos más que observar a nuestro alrededor en momentos de zozobra o crisis personal y colectiva. Campos del conocimiento y la experimentación que desde antiguo, confluyendo o confrontando, han tratado de conseguir su hegemonía, cautivados por perfilar unos límites que se nos antojan movedizos y escurridizos. Donde tanto las personas como las comunidades buscan el preservar su zona de confort o la inalterabilidad de sus modos de vida. Evitando los posibles sobresaltos en su cotidianidad, medios de subsistencia o pertenencia y no escatimando, para ello, en recurrir a infinidad de rituales de salvaguarda o protección.
Josu Larrinaga Zugadi – Sociólogo
El pueblo rural, en Argentina, continúa con estas tradiciones.Desde que tengo conocimiento, mi madre, hija de vascos, cuando presagiaba una tormenta, hacía una cruz con sal en un esquinero de la casa.