Quizá no nos demos cuenta por la inercia actual de la vida cotidiana, pero si hay algo que, generalmente, no falta a la hora de la diversión y, principalmente, en fiestas, fines de semana y celebraciones varias, eso es la música.
Si bien la necesidad de interpretar melodías, por diferentes causas, viene de muy atrás en el tiempo, en los últimos siglos podemos distinguir básicamente dos usos en el ámbito callejero: el lúdico o de ocio y esparcimiento; y el ritual (religioso y/o civil). Además, la consideración de itinerante o móvil, por un lado, y fijo o estático, por otro, coincide con la presencia de los protagonistas directos, los músicos: letrados e iletrados; aficionados, profesionales y mendigos; instrumentales o con acompañamiento de voz; autóctonos o foráneos.
La tipología administrativa de la localidad, variable en el tiempo y en el espacio, así como el grado de importancia y el tamaño de la comunidad, han incidido notablemente en el disfrute sonoro. No es lo mismo un panderetero o panderetera de una pequeña población o barrio que servía de solaz, y baile, el domingo, que una rondalla o estudiantina en Carnaval o la banda municipal de música que interpretaba las melodías de moda en la plaza ante un público expectante un día festivo.
Los datos más antiguos, dentro de la generalidad y de un periodo, nos advierten que el chistulari, el xirulari, el dulzainero o el gaitero, entre otros y en sus dos facetas, es decir ejerciendo el cobro o de manera altruista, se dedicaban a la amenización sonora de la festividad o el acto. En el apartado itinerante (con o sin apartado estático), al margen de lo meramente ritual = religioso, la faceta consistía en atraer al público; principalmente a la juventud.
En diferentes momentos de la historia, bandas de música, acordeón o jazzband, en cierta forma provocaron la decadencia del chistu y otros instrumentos. Curiosamente, como todo lo que va vuelve, y viceversa, los que consolidaron su existencia, también han tenido sus épocas duras.
En el meollo de todo esto surgieron, aproximadamente en la década de 1950, las bandas de cartón. Una de las zonas del país donde mayor éxito tuvieron fue en ambas márgenes de la ría de Bilbo. El abaratamiento del producto, aunque los instrumentos no fueran exclusivamente de cartón, tampoco la percusión lo era, en una época relativamente pobre, impulsaron este tipo de formaciones, las cuales nos recordaban las turutas y papeles de fumar, para producir sonidos, de antaño. Prácticamente todas desaparecieron a finales del siglo XX, debido al imparable empuje de las charangas. Solo algunos melancólicos han buscado su resurrección.
Hemos pasado del chistu recorriendo caseríos a las agrupaciones militares en formación marcial y, de estas, a las indomables bandas de cartón, fanfarrias, charangas, trikitixak, bandas de chistularis y de gaiteros, bandas de música (municipales o privadas) y un sinfín de combinaciones musicales, con la incursión de batucadas y elektrotxarangak en los últimos años. Y todo esto en tan poco tiempo que me parece haberlo vivido plenamente.
Emilio Xabier Dueñas – Folklorista y etnógrafo