Ahora:
Vivo en una explotación agropecuaria con el consiguiente número en el REA (registro de explotaciones agrarias). Todas las mañanas, nada más levantarme, arranco mi particular planta de valorización energética que funciona con biomasa de producción sostenible que contribuye a la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero y por tanto contrarresta el cambio climático.
Recojo agua del grifo, que antes ha pasado por una red primaria de captación y conducción hasta una ETAP (estación de tratamiento de agua potable) y que después me llega a casa gracias a una red secundaria constituida por un intrincado laberinto de tuberías de PVC. Caliento el agua, que cumple la preceptiva normativa sanitaria de calidad y se halla convenientemente clorada, para tomarme un café de comercio justo y producción ecológica. Le añado azúcar de caña, también ecológica, que me llega del otro extremo del mundo mediante algún tipo de transporte que no debe contaminar en absoluto, de ahí, supongo, lo de ecológica. Lavo la taza y los cubiertos con un detergente biodegradable y los restos son conducidos por una compleja red de saneamiento hasta una EDAR (estación depuradora de aguas residuales) que garantiza que el agua que luego vierte al curso de agua (antes río) cumpla con la normativa comunitaria promulgada por Bruselas, por el estado, la comunidad autónoma y la diputación foral.
Los restos de café debería reservarlos para arrojarlos al contenedor marrón destinado al reciclaje de la materia orgánica pero como vivo en un entorno rural, es decir, en una parte del país vacía o vaciada, me puedo permitir echarlos al montón de los residuos orgánicos de origen animal susceptibles de ser aprovechados como fertilizante (antes estiércol).
Después voy a la granja y le doy de comer pienso a las ovejas, pienso elaborado por una empresa que cumple la correspondiente norma ISO con alguna numeración que siempre olvido y que ha sido diseñado por un nutrólogo especialista que garantiza que esté perfectamente equilibrado y cuya composición viene determinada en parte por los precios establecidos en la bolsa de futuros de Chicago. En la etiqueta compruebo que su composición incluye siempre soja y maíz, ambos con un asterisco aclaratorio que indica que son OMG (organismos modificados genéticamente) y cuyo número de lote debo anotar en un libro de registro para que quede constancia en caso de una inspección de la administración…
Antes:
Vivo en un caserío. Cuando me levanto por la mañana lo primero que hago es encender la chapa con leña menuda y caliento un poco de agua del grifo con la que preparar un café. Después de fregar bajo a la cuadra y reparto un poco de maíz a las ovejas…
Luis Manuel Peña