Antes los inviernos eran más fríos. Helaba con frecuencia y nevaba más que ahora. Así lo constatan numerosos testimonios etnográficos.
Salvo algunos episodios puntuales de frío intenso, eso que los meteorólogos llaman olas de frío, los días de nevada han descendido considerablemente, y los mantos de medio metro de hielo y nieve que acostumbraban a cubrir buena parte del territorio ya no se ven sino esporádicamente.
Fríos eran los de antaño, según nos cuentan quienes los han padecido. Entre los meses de diciembre y marzo las temperaturas bajo cero eran habituales. De día nevaba y de noche helaba, con lo cual las nevadas podían durar varios días e incluso semanas. En las zonas rurales no quedaba otra que permanecer en casa, y si la cosa se alargaba, hasta los nabos llegaban a perderse en las heredades.
Cuando helaba y el cielo estaba cubierto o a medio cubrir, la helada (leia) se volvía negra (lei baltza) y los cultivos sufrían mucho. Las aguas de pozos, manantiales o bebederos amanecían a menudo heladas, y largos carámbanos de hielo (lei-kandelak) colgaban de los aleros de los tejados.
Se conocían diferentes tipos de nieve y de copos, cada cual por su nombre: nieve granulada (edur-txotorra), copos ligeros que caen poco a poco (edur-metxak), copos de textura plumosa (edur-lumak), copos más grandes (edur-matazak), nieve menuda y seca (edur-txingorra), aguanieve (edur-euria)… Son expresiones que van cayendo en desuso, porque lo que deja de suceder, deja también de nombrarse.
Heladas y nevadas se creían beneficiosas, pues deshacen y mantienen esponjosa la tierra labrada, además de acabar con las malas hierbas y las plagas. De ahí que se dijera y se diga que el año de nieves es año de bienes (edur-urte, gari-urte).
En aquel entonces hacía más frío y pasaban más frío. El fuego de los hogares ayudaba a combatirlo, y en las casas de predominio ganadero en las que la planta baja estaba destinada a la cuadra, el calor del ganado llegaba hasta la vivienda del primer piso. Eran muy comunes los sabañones en manos, pies, nariz u orejas, producidos por el contraste del frío exterior y el calor de los fogones.
Había que abrigarse bien con ropa, sacos y lo que hiciera falta, cuidando en especial de mantener los pies secos. Las abarcas tradicionales se calzaban con gruesos calcetines de lana (txapinak) y mantas (abarka-mantarrak) que protegían las pantorrillas. Sabemos asimismo que los borceguíes (bortzegiak) de cuero eran propios para el frío, el hielo y la nieve.
Sea como fuere, evidenciamos un ascenso general de las temperaturas medias de los inviernos, así como un claro descenso de las heladas y los días de nieve. Incluso las aves migratorias que en un tiempo pasaban por aquí están en declive. Avefrías (hegaberak), patos, gansos (antzarrak) y demás especies que migraban al sur se quedan cada vez más al norte a consecuencia del cambio climático.
Jaione Bilbao – Departamento de Etnografía – Labayru Fundazioa
Datos y terminología recogidos en diversas poblaciones de Bizkaia.