En un apunte anterior tratamos el tema de las peregrinaciones a ermitas y santuarios como medida de protección o cura ante la enfermedad. En esta ocasión nos referiremos a casos de infertilidad y trastornos propios de la infancia. Y hablaremos en pasado porque son prácticas que han ido perdiendo vigencia en los últimos años.
En la sociedad tradicional la infertilidad ha sido considerada casi como una desgracia, y comúnmente, si no exclusivamente, era atribuida a la mujer. Tener descendencia era una bendición, pues aseguraba la continuidad familiar al tiempo que aportaba mano de obra para las labores domésticas. Y es que la aspiración de toda mujer casada era ‘tener familia’, y quienes no la tuvieran pedían la intercesión de la Virgen o los santos para tenerla.
Señalamos a continuación algunos de los lugares a los que se ha acudido con tan particular petición: San Fausto de Bujanda, la Virgen de Angosto y el Santuario de Oro en Álava; San Miguel de Aralar, Nuestra Señora de Ujué y el Santuario de Javier en Navarra; San Juan de Gaztelugatxe, Andra Mari de Almike y de Gorliz en Bizkaia; y la Basílica de Loyola en Gipuzkoa.
En San Juan de Gaztelugatxe se veneraba la imagen de santa Ana con la Virgen y el Niño. La mujeres que no podían ser madres depositaban ante ella prendas u objetos infantiles (chaquetitas, zapatitos, sonajeros…), ritual popular que se mantuvo hasta los años 1970.
Durante el embarazo la preocupación se centraba en el parto y en la salud del niño que iba a nacer. En estos casos ha sido san Ramón Nonato, patrón de embarazadas, parturientas, matronas y niños, quien intercedía. Se le dice ‘no nacido’, del latín non natus, porque fue extraído del útero de su madre por cesárea después de que ella hubiera fallecido. Se veneran imágenes de este santo en el Santuario de Andra Mari de Jainko en Arrieta y también en Ea, Durango y Berriz.
En Bizkaia se ha recurrido también a la ermita de Santa Lucía de Mendexa y a San Pedro de Atxerre en Ibarrangelu, donde antaño las embarazadas ofrendaban un gallo blanco después de dar tres vueltas a la ermita; en Gipuzkoa acudían, entre otros lugares, a la ermita de Santa Ana de Larraitz en Abaltzisketa; y en Álava al Santuario de la Virgen de Okon en Bernedo, donde acostumbraban a dar un toque de campana.
Siguiendo la tradición bíblica que narra la presentación de Jesús en el templo ha sido costumbre llevar al primogénito al santuario donde se había implorado su nacimiento. Esta presentación ritual conllevaba antiguamente una ofrenda de trigo o de cera equivalente al peso del recién nacido. En San Antonio de Urkiola (Bizkaia) sigue vigente la ceremonia de bendición de niños y suele hacerse en el mes de julio.
A medida que el niño crecía también se pedía ayuda según las circunstancias. Cuando surgían problemas con la lactancia, por caso, se recurría principalmente a ermitas dedicadas a santa Águeda, a la que, según la leyenda, le cortaron los pechos durante su martirio.
A los niños que tardaban en aprender a caminar se les llevaba a las ermitas de San Kiliz en Otazu y San Buenaventura de Unanua en Navarra; y a San Miguel de Villabona, San Esteban de Oñati y de Errezil, y San Bartolomé de Antzuola en Gipuzkoa, adonde acudían durante tres viernes consecutivos, y tras rezar ante la imagen se les hacía besar el pie derecho del santo.
Son varios los ritos que se han recogido si se daba un retraso en el habla o aparecían signos de tartamudez: unas veces le daban a beber agua bendita, otras veces se pasaba la criatura por encima del altar, se rezaba una oración y se le hacía una cruz con el aceite de la lámpara votiva en la frente o en la lengua; y en San Juan de Gaztelugatxe el tartamudo debía ofrecer al santo las monedas que podía encerrar en un puño.
Akaitze Kamiruaga – Departamento Herri Ondarea – Labayru Fundazioa
Para más información puede consultarse el tomo dedicado a Medicina Popular del Atlas Etnográfico de Vasconia y también la obra Origen y significación de las ermitas de Bizkaia de Gurutzi Arregi.