A finales de abril comencé a oír la llegada inminente de unos días de asueto gracias al “puente” que se aproximaba: 30 de abril, domingo y 1 de mayo, festivo. No es nuevo el utilizar dicho término, tanto en los medios de comunicación como en la calle, cuando las fiestas no dejan hueco para un día laborable, pero las inercias en el vocabulario nos llevan a estos y otros errores de bulto: en el refranero, “veranillo de San Miguel” en lugar del de “San Martín”; en competiciones deportivas, líder a cinco puntos del segundo, en lugar de al revés…
Al hilo de estas y otras circunstancias, y centrándonos en el ámbito de la cultura tradicional, podríamos decir que es más de lo mismo. Así, en el de la danza, aproximadamente desde la década de 1970 y en un afán por diferenciar entre los colectivos activos en sus rituales y representaciones, se instauró la expresión “grupo de danza(s) autóctono” para denominar a las formaciones que tienen, y ejecutan, su danza o danzas propias (de la misma localidad), siendo el resto, simplemente, grupos de danza(s) vascas (urbanos, de espectáculo, etc.). Lo curioso de todo esto es que la gran mayoría de estas agrupaciones se autodenominan “de danza vasca”. Por lo tanto, y siguiendo el significado de la RAE, todos ellos son grupos autóctonos, sin distinción alguna. Si, además, añadimos que una parte importante de estos ya no solo realizan danzas de su pueblo y que, asimismo, han tenido en varias ocasiones un aprendizaje desde el exterior, por haberse dejado de realizar en su lugar original, nos encontramos con más de una incoherencia.
Y qué se puede decir de los Carnavales. No voy a citar autores, por si me equivoco, pero entre las décadas de 1960 y 1970 se buscó la especificidad del Carnaval Vasco, en relación a todos los del resto del mundo, encontrándose en dos términos, “rural” y “urbano”, la solución. Tan simple que no admite aclaración alguna, pero tan complejo como difícil de defender.
Pongamos algunos ejemplos de Carnavales actuales estereotipados y encuadrados en los “rurales” (de campo), en la jerga popular y generalmente, “recuperados”, como los de Aretxabaleta, Mundaka, Hondarribia, Durango, Tudela, Asparrena o, Basusarri, por citar algunos. Podemos afirmar que en la mayoría tenemos elementos rurales si nos atenemos al recorrido por caseríos y barrios y algunos aditamentos (palos, cierta indumentaria…), pero lo mismo es igualmente válido si lo trasladamos al ámbito urbano o ¿los núcleos de cualquiera de ellos no agrupan casas en un casco?, o ¿las indumentarias y utensilios son únicamente rudimentarios?
Quizá podamos tildar de incorregibles estas situaciones. Casi tanto como marcar la inexistente equivalencia para muchos castellanoparlantes de euskera = idioma aldeano.
Los cambios sociales van unidos, indefectiblemente, al lenguaje y, por ende, al significado de las palabras. De algunas se hacen eco los diccionarios, pero de otras no. Lo que no apreciamos es que la información se convierte en interpretación y, finalmente, se incrusta en nuestro vocabulario con deformaciones, insalvables, dando lugar a incorrecciones, interesadas en ocasiones, y provocando una falta de entendimiento entre las personas, aunque eso es ya otra historia.
Emilio Xabier Dueñas – Folklorista y etnógrafo