Apuntes de etnografía

Cortejo de boda en Bizkaia, 1889. Autor: Mamerto Seguñi Arechavala (1862-1908).

Enmarcados en el ámbito privado de las familias, agrupaciones vecinales y asociativas, se han protagonizado y desarrollado algunas tradiciones (canciones, improvisaciones, cuentos y leyendas, interiorizaciones musicales y rítmicas o bailes y danzas informales) de gran impacto socializador y lúdico. Extendidas por toda la geografía peninsular, desde el siglo XVI, este fenómeno social también tuvo eco en Euskal Herria, manifestándose de forma generalizada, espontánea y poco sujeta a uniformizaciones.

En dicha tesitura se encontraban muchos componentes del solaz colectivo durante las largas y desapacibles jornadas otoñales e invernales. Tertulias o veladas nocturnas a la luz de un candil o del fuego del hogar que agrupaba a diversas generaciones o grupos concretos de edad en labores y faenas agrícolas subsidiarias (desgranar maíz, cereal, legumbres o frutos) o elaboraciones textiles (tratamiento e hilado de la lana o del lino, hacer punto o coser), trabajos en vecindad —auzolan— (limpieza de caminos y veredas, arreglos, talas comunales, caleros y caridad solidaria), reuniones profesionales y asociativas (pastores, ganaderos, contrabandistas, hermandades o cofradías, moceríos, etc.) o por simple diversión nocturna, derivada de festividades anuales, matanza del cerdo, bodas y ordenamientos religiosos, dilatadas tertulias de taberna o posada y salones municipales o locales de juventud, bailes de candil o saraos —bigirak— u otras peregrinas circunstancias.

Familiares y vecinos participan en la matanza, Bedia. Fuente: País Vasco: Bizkaia, 1993.

Habituales veladas nocturnas que se solían excusar en las distintas razones esgrimidas y que con el fragor de la interacción social y la ingesta de alimentos o bebidas suscitaban la diversión lúdica comunitaria. Acompañados con lo que tenían a mano: sartenes, botellas, almirez, cucharas, panderetas, mesas, vasos, etc. Apareciendo de modo espontáneo o inducido la necesidad de demostrar la propia habilidad o la capacidad de evolucionar manteniendo el equilibrio corporal sobre un candil o palmatoria, un celemín de medición de cereales, un vaso o dos palos o ceñidores cruzados, y, si no, se anima a los más pequeños a bailar al canto de los adultos. También se agrupan otras coreografías variopintas que fomentan el juego de piernas en creciente velocidad y sobre un espacio limitado a voluntad (baldosa, acotado del suelo, etc.), probando la resistencia de la persona participante. Formulas similares se utilizaban para mostrar la destreza personal en los jauzi y en el ‘baile suelto’ (jota o arin-arin).

Aparecían los juegos rítmicos de acompasar palmadas, partes del cuerpo o golpes de pies o zuecos sobre el suelo entarimado, e incluso la secuenciación de todo ello. Sin omitir otros tipos de bailes que se ejecutaban de modo especial (gestuales, cómicos o escénicos), descriptivos de sus movimientos o buscando generar la hilaridad. Se evolucionaba de mil maneras alrededor o sobre las sillas, se compite en hilera por imitar las extravagantes acciones del primero o se trata de evitar la sanción del fallo o la quema del elemento portado a la espalda. Existiendo otro tipo de bailes que adoptan melodías locales de las piezas en pareja (jota, rueda, pasodoble, etc.), acentuando la sensualidad o picaresca erótica y combinadas con grotescas escenificaciones de oficios o personajes (barberos, zapateros, cuidadores de osos, brujas, etc.).

Ramillete amplio de bailes y danzas que, como hecho social extendido, frente a los medios de transmisión, se ha visto confinado de modo singular a los valles pirenaicos de Baztán —irri- o jostaketa-dantzak) o territorios de Lapurdi y Nafarroa Behera —kalapita-iantzak—, y en otros lares se han incorporado al denominado folklore infantil.

Josu Larrinaga Zugadi – Sociólogo