Para unos, son simples trapos con una función perdida; para otros, son el premio a una hazaña y, para una parte importante de la sociedad, son un símbolo de identidad. Se quiera o no, el pendón, el estandarte, la bandera… son insignias y telas cargadas, en muchas ocasiones, de devoción, fanatismo u honor que se encuentran a caballo entre lo deportivo, lo religioso, lo político, lo patriótico, como producto que busca la diferenciación de estatus social, o lo folclórico.
En más de una ocasión hemos podido observar cómo en algunos países europeos, en actos cargados de suntuosidad o festivos, se ondean banderas, al igual que en territorios próximos a Euskal Herria: bien defendiendo un origen militar, bien como ritual cuya raíz es el levantamiento del pueblo ante el opresor poder feudal.
A pesar de su paulatina desaparición, aún se conservan diferentes fórmulas de este tipo de tradición en el país: en concreto y por clasificarlas de alguna manera, podemos atender a cuatro variantes principales de ‘bailes de bandera’, con orígenes posiblemente bien distintos.
Así tenemos cómo en los pueblos navarros de Bera, Lesaka y Doneztebe, al compás de diferentes melodías (Zantzo monona, Bandera arbola…) cargadas de parsimonia e interpretadas por chistularis, se ondea la bandera local durante la procesión el día del Corpus Christi, o en las fiestas patronales. Lo mismo sucede en Laguardia (Araba), en la festividad de San Juan, en el interior de la iglesia bajo la misma advocación santoral y con la música de gaita-dulzaina. O en Oion (Araba) el Cachi (personaje bufonesco) quien, en un acto singular, se reboza en el suelo mientras la bandera gira y gira por encima de él, a los sones de la banda de música.
En segundo lugar, nos encontramos con el más conocido de nuestros ondeos de banderas (mitad locales, mitad de dantzaris), el del primer número del ciclo de Ezpata-dantza o Dantzari-dantza de Durangaldea (Bizkaia): Agintariena. También conocida por Ikurrin-dantza en su apertura generalizada por el uso de la ikurriña.
En tercer lugar, pero no por ello menos importante, aunque sí lo sean por el menor tamaño del objeto, tenemos los menos pausados movimientos de los banderariak o entsenariak, componentes de la Bestaberri de Lapurdi y Nafarroa y de las Maskaradak de Zuberoa respectivamente.
A este colorista ‘ejército’, con tintes rituales, se han sumado en los últimos más de treinta años las creaciones de Ezpata-dantzak con incorporación de nuevos ondeos en un intento de rememorar épocas pasadas.
Datar el origen de los ondeos de bandera convertidos en danzas rituales al compás de músicas, generalmente ceremoniosas, quizá no devenga en mucho recorrido histórico. El uso con un fin civil-religioso es lo que ha permanecido en la sociedad y lo que, aparentemente, parece soportar la evidencia, es la conversión en estéticas alimentadas de folclorismo a modo de revival, fundamentando, o no, la contemporaneidad de su razón de ser.
Emilio Xabier Dueñas – Folclorista y etnógrafo