Alrededor de cincuenta años después de 1264, año en el que el papa Gregorio IV instituyó la festividad del Corpus Christi, las procesiones pasaron a formar parte de esta celebración. Con gran pompa y boato se fueron agregando elementos “extraordinarios” (gigantes, cabezudos, tarasca, comparsas de gremios, etc.) pero, el paso del tiempo y la recomendación del Concilio Vaticano II de la supresión de tanta parafernalia, ha ido diluyendo (en muchos casos, desapareciendo) la conmemoración hasta llegar a nuestros días.
El trayecto histórico ha sido largo y, hoy en día, son pocos los lugares donde se conservan o se han recuperado algunos elementos de la fiesta, destacando Toledo, Sevilla, Valencia y otras localidades con personajes singulares e incluso excéntricos. En nuestro entorno, son contadas las poblaciones que lo celebran. Junto a los ondeos de bandera en Lesaka, Bera o Doneztebe, es Oñati donde se ha mantenido, con cambios poco reseñables, desde el siglo XVI.
Sin embargo, existe una zona que comprende los pequeños pueblos limítrofes existentes entre los territorios de Lapurdi y Nafarroa Beherea que, gracias al entusiasmo, el esfuerzo y la participación de los vecinos, cada año, tanto el domingo del Corpus Christi, como el domingo siguiente (la Octava), representan lo que se conoce por Fête-Dieu (en francés) y, en euskera, Besta Berria o Pesta Berria: denominación cuyo origen procede del inicio del texto (“Officium novae solemnitatis…”) de la bula Transiturus de hoc mundo…
Para el extraño que asiste por primera vez a la Besta Berri, le puede parecer curioso observar cómo un cortejo colorista, de variopinto carácter y estética, se dirige, prácticamente en formación, de un lado al otro del pueblo. En dicho cortejo encontramos todo tipo de personajes: oilarrak o coqs (gallos); zapurrak o zanpurrak, o sapeurs (zapadores); suisa o le suisse (de la guardia suiza); alabardariak o lantzierak, o lanciers (alabarderos o lanceros); banderariak o porteurs de drapeaux (abanderados); kaporalak; kapitain y ofiziala, (capitán y oficial); gendarmeak (gendarmes); soldadoak o soldats, en dos filas, armados; makilaria o tambour major; la banda o charanga; niños y niñas de primera comunión lanzando pétalos; el sacerdote sujetando la custodia, bajo palio; la corporación municipal, o autoridad competente; los hombres, a veces, en dos filas; y el resto de la comunidad.
La celebración matutina del primer día y las vísperas en la Octava, comienzan con la recogida del sacerdote en su casa, para escoltarle hasta la iglesia donde celebra la misa. A esta, le sigue la procesión por las alfombradas calles y la bendición en un improvisado altar. Se regresa al templo para finalizar la celebración eucarística y ya, sin el palio, entre música, danza y, si se tercia, con refrigerio de por medio, se da por finalizado el ritual.
Se tiene constancia de que en varios pueblos se realizaba (Ainhoa, Arrosa, Bastida, Donazaharre, Gerezieta, Kanbo, Lartzabal, etc.) y, en otros, se ha perpetuado hasta nuestros días (Armendaritze, Bidarrai, Heleta, Iholdi, Irisarri, Lekorne, Luhuso, Makea, Ortzaize…). La constante pérdida de habitantes nos deja una lista cada vez más corta y un ceremonial más restringido… Al fin y al cabo, es el último reducto de una “fiesta nueva” que se ha convertido en muy “vieja”.
Emilio Xabier Dueñas
Folclorista y etnógrafo