En el transcurso anual y especialmente, en las proximidades del invierno y sus rigores climáticos, grupos de necesitados postulantes deambulaban recorriendo casas y aldeas, solicitando de los moradores una licencia o donativos en especies o alimentos (huevos, chorizos, tocino, morcillas, nueces, avellanas, peras, manzanas, naranjas, etc.). Acto propio de la caridad cristiana o la hospitalidad tradicional de las gentes del mundo rural que solía ser compensada por los deseos de salud o prosperidad expresados cortésmente y agradecidos por los pedigüeños.
Quizás fundamentado en el precepto: “el que tiene al que no tiene” (duenak eztuenari eman! o dekonak eztekonari nik eztekot eta niri!) y el mismo hecho social de la cuestación sea su aplicación práctica, ya que algunas celebraciones petitorias tienen su fundamentación en las costumbres de las personas necesitadas o victimas de alguna desgracia puntual. A lo largo de los siglos, sobre todo en épocas de mayor bonanza, dichas cuestaciones se generalizan o derivan en peticiones más interesadas y localistas, lideradas por la juventud o tropeles de niños, imitando a sus grupos de referencia.
De este modo, en la cercanías del ciclo navideño, los chiquillos rememoran la festividad monacal de San Nicólas (6 de diciembre) con sus cantos petitorios, bajo la bendición de uno de ellos vestido de obispo (Segura, Zegama o Legazpi). Nueve días (bederatzi urren) o el mismo día de Navidad, son generalizados los cantos de cuestación en honor al nacimiento del Niño Jesús (Marijesiak o Abendua) o de su emisario gentil, el “Olentzero”.
Coincidiendo con el final del calendario solar o “juliano”, se han mantenido una serie de ritos de despedida del año (“Urte zahar”) y recibimiento del nuevo año. Se suceden los rituales de paso asociados al agua y a los deseos de prosperidad, comunes a diversos valles del norte de Nafarroa y zonas lindantes de Lapurdi o Gipuzkoa. No faltando los grupos de niños que en todo el país, salen solicitando a sus convecinos un donativo por sus cantos petitorios de agasajo y remarcando su angelical bendición derivada de su presencia (Urte barri, Dios te Salve, Glin glan, Ur goiena, Urtatsak, Phika, haur, etc.).
Paralelamente, la víspera y fiesta de la Epifanía o Reyes Magos están jalonadas o caracterizadas por la elección de reyes (rey de faba o inocentes, jefes infantiles o de juventud, etc.), los estruendos de la chiquillería en rondas con cencerros (“gare jotzeak” o bataholas de esquilas y/o campanos en Sakana, Malerreka, Baztán, Roncal o merindad de Estella), la inusitada presencia cercana de los protagonistas del día y como no, los particulares cantos petitorios en el ámbito vecinal o en la intimidad familiar (Erregeak edo Apalazioa, Aguinaldos de Reyes, “Marzas” de Reyes, etc.).
En ambas festividades navideñas de Año Nuevo y Reyes, las canciones y secuenciadas coplillas infantiles señalan el motivo de celebración, los componentes del cortejo, lo que solicitan y el agradecimiento rimado, si se concede o la agria imprecación, en el caso contrario. Todo ello, se constata en la excitación del bullicio de la colectividad infantil durante el mantenimiento y sucesión de las tradiciones de sus mayores y en su reverso, las personas de edad ven con deleite e ilusión a sus descendientes en un papel vivenciado por ellas y que lógicamente, debe ser bien recompensada la inocente visita, los parabienes que ello reporta a la vida doméstica y comunitaria o el cumplimiento con el rito del eterno retorno de las señaladas celebraciones de dichas colectividades.
Josu Larrinaga Zugadi – Sociólogo