La cocina (ezkaratza) ha sido y sigue siendo el corazón de la casa y de la vida familiar. Dentro de ella, el fuego del hogar era el elemento fundamental, pues servía para cocinar los alimentos, tanto de los moradores como de los animales, y calentar la casa. En su entorno se vivían infinidad de escenas familiares, se contaban viejas historias y se transmitían conocimientos.
Para construir el fuego bajo (beheko sua) de los caseríos se necesitaba un marco de tres lados, que se elaboraba con madera de castaño o duramen de roble. Los dos lados paralelos se clavaban a la pared y el tercero servía de unión de los otros dos. Y había que apuntalarlos para evitar que se cayeran. El interior se levantaba con ladrillo, como los tabiques. La solera era de hierro colado, porque de ser de hierro dulce se doblaría, e iba montada sobre una pequeña plataforma. El trasfuego (txapea) era también de hierro colado, en algunos casos de piedra arenisca, y solía estar decorado con motivos religiosos o profanos, como el Árbol de Gernika.
La parte superior central de la chimenea de salida de humos estaba atravesada por una varilla de hierro de donde colgaba el llar (laratza). Consistía en una cadena de hierro que contaba con un doble gancho de cuyo extremo se colgaban los calderos.
Los fuegos bajos más antiguos que no contaban con salida de humos disponían de un artilugio de madera consistente en dos postes, uno vertical, sujeto al techo, y otro horizontal, engastado al anterior, del que se colgaba el llar, que se componía de una larga cadena que permitía que se pudiera arrastrar hasta el centro de la cocina, para cargar y descargar el contenido del caldero que pendía del mismo. Las maderas de los postes solían estar bien secas por efecto del hollín (kedarra). A un lado, como la visibilidad de la cocina era normalmente escasa, se colgaba el candil de petróleo.
Del gancho del llar pendían distintos tipos de calderas y peroles: la que contenía agua caliente, que podía necesitarse en cualquier momento para hacer el fregado o la colada, el caldero de cocer la leche, la de cocer la comida para el cerdo o la de cocer las morcillas. Estos recipientes eran de zinc o de cobre y se adquirían en el comercio.
Muy utilizadas eran las trébedes (treberak), sobre las que se colocaban pucheros o sartenes, y la parrilla (parrillea) para asar carnes, pescados o incluso manzanas sobre las brasas (txingarrak). Otros instrumentos de mucho uso eran: la tabla de madera para golpear las tortas de maíz (talo-ohola), la pala metálica para cocerlas (talo-burdinea), el asador (burduntzia), el tamboril de asar castañas (tanbolina), el fuelle (hauspoa), las tenazas (tenazak)…
En épocas remotas en que no había cerillas o escaseaban, los rescoldos se cubrían con ceniza para conservarlos hasta el día siguiente. Para el encendido del fuego se recurría a ramas finas, avivándolo con el fuelle si era preciso. Aseguran que la leña que más calienta y que proporciona un fuego vivo y limpio y un humo muy blanco es la del madroño (gurguxea), aunque también es buena la de cerezo. Son asimismo adecuadas las de encina, roble, enebro de piel blanca, acacia y manzano. La madera de higuera no sirve para calentar, y la de castaño da un fuego mortecino.
La repisa de la campana de la chimenea se adornaba con un paño de cuadros rojos o azules, o con papel recortado haciendo picos. Era habitual colocar sobre ella una palmatoria, una chocolatera o una jarra. Y junto al fuego bajo se situaba el escaño (txixilua) y algunas sillas. Dicen que allí se estaba como en el cielo.
Segundo Oar-Arteta – Labayru Fundazioa
Para más información puede consultarse el tomo dedicado a Casa y Familia del Atlas Etnográfico de Vasconia.