Apuntes de etnografía

Entierro del pellejo de vino, 2019. Fotografía: cortesía de la autora.

El 14 de septiembre de 1889, festividad de Santa Cruz, vecinas y vecinos del barrio de Ariatza (Muxika) acudieron a misa. Tras la ceremonia, tal y como era costumbre, los jóvenes del barrio bailaron el aurresku. Solía haber cierta rivalidad entre ellos: por ser quien bailara mejor, quien alzara la pierna más alto… En aquel entonces, la presencia de pellejos de vino en lugares de culto se consideraba poco menos que una herejía, y la plazoleta, justo delante de la iglesia, era tan sagrada como el interior. Se percataron los aurreskularis que, mientras ellos bailaban, quienes iban a por vino no volvían a la plaza, y que los mejores danzantes perdían toda posibilidad de compartir un trago con el resto. Para solventar la cuestión, se le pidió al alcalde que autorizara el traslado del pellejo frente a la iglesia, pero el susodicho dijo que no. Dispuestos a lo que fuera, rodearon su casa, impidiendo que la abandonara, hasta que finalmente consintió. En adelante, pudieron disponer de tan preciado odre junto a la iglesia, desde la víspera de Santa Cruz hasta el domingo siguiente.

A la juventud del lugar los festejos de 1922 se le antojaron un tanto tristes: al parecer, pocos danzantes habían tomado parte. Había que idear algo para remediarlo, así que urdieron la gamberrada que lleva repitiéndose desde hace ni más ni menos que un siglo: el entierro del pellejo. Al término de las fiestas, también el vino tocaba a su fin, de ahí que se pensara en simbólicamente dar sepultura al pellejo ya vacío. Lo metieron en un ataúd y procedieron a procesionarlo, acompañando el acto de todos los elementos de un sepelio al uso: plañideras, anderos, el cura… ¡Y hasta hoy!

Desde 1922, raro es el año en que no se haya celebrado el entierro del pellejo. La media docena de hombres que no fueron a la guerra se reunirían en el horno de Bixente Bilbao “Aittitte Bixenti”, de oficio cestero, mientras durara la Guerra Civil Española, para festejar la víspera de Santa Cruz, tal y como venía siendo costumbre desde 1889, pero no se hizo entierro. Y, aunque en 2020 y 2021 no hayamos podido celebrar las fiestas del barrio, si contamos los dos funerales que se le hicieron al pellejo en 2019, damos uno solo por perdido. De hecho, fue en octubre de ese mismo año cuando se dio a conocer, a nivel más global, la tradición del entierro del pellejo, representación incluida, con motivo de las Jornadas Europeas de Patrimonio.

Entierro del pellejo de vino, 1981. Fotografía: cortesía de la autora.

Hoy en día, al funeral ritual se le añade una pequeña parodia que cambia cada año. Lo que son las exequias se siguen representando igual que siempre: las cuatro personas de más edad del barrio suelen ser quienes llevan a hombros las andas, y al frente de la comitiva suele marchar Juan Luis Ugalde, portando una corona funeraria hecha con hojas de parra. Los anderos de los últimos años han sido Joseba Andoni Enbeita, Ireneo Ajuriagogeaskoa, Imanol Enbeita y Jabi Bilbao. De luto riguroso, el cortejo fúnebre parte desde el horno de Aittitte Bixenti hacia la plaza. Les siguen las personas encargadas de teatralizar el acto, ataviadas con la vestimenta propia para semejante ocasión. Suele ser entonces cuando las y los presentes prueban a anticipar la temática de la parodia que se escenificará. Tras el desfile, mientras se le da el último adiós al pellejo en la plaza, el grupo de artistas espera su turno en el pórtico. Igual que ocurre con cualquier otro entierro, el del odre también lo oficia un cura. Ese papel fue representado durante muchos años por el recientemente fallecido Deunoro Sardui, cuyo testigo recogieron varios chicos del barrio, al igual que una mujer. En último término, ha sido Asier Galarza quien lleva interpretándolo durante años, y que así lo siga haciendo.

Originariamente, de anderos hacían quienes en su juventud ejercieron de ‘chicos del pellejo’. Conocidos localmente como zaragi-mutilak, eran jóvenes solteros del barrio, encargados de acarrear y costear el vino a consumir en fiestas. Sí que se aceptaron a jóvenes casados, con posterioridad, aunque las chicas nunca llegaron a pertenecer al grupo de elegidos. Y decimos que no llegaron, porque tampoco los ‘chicos del pellejo’ sobrevivieron al paso de los años. Algunos de aquellos que en su día lo fueron se siguen reuniendo en el horno de Aittitte Bixenti, pero ahora es la asociación Atxelipe quien se hace cargo de proveer suficiente comida y bebida durante las fiestas. El entierro del pellejo cumple este año cien años, contando un año más con la participación de anderos, cortejo, plañideras, cura, parodia y demás. Echaremos de menos a mucha gente, es lo que tiene celebrar un centenario, y habrá además convecinas y convecinos que participen por primera vez, y así den continuidad a esta costumbre.

 

Onintza Enbeita Maguregi – Labayru Hiztegia – Labayru Fundazioa

Traducido por Jaione Bilbao – Departamento de Etnografía – Labayru Fundazioa

 

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