La sustitución de la madera por los materiales sintéticos en la construcción naval ha traído la desaparición del color de los puertos de pesca y, casi sin darnos cuenta, una pérdida de identidad.
El color es una característica de las embarcaciones y de los puertos de pesca en cualquier rincón del mundo; y un determinado conjunto de colores, amén de las formas y de ciertos elementos de los barcos, es lo que singulariza los puertos de las distintas regiones y países. En los puertos vascos, por ejemplo, es aplastante el dominio del azul, el rojo y el verde, y rara vez encontraremos en ellos el negro o el amarillo. Ese conjunto de colores ha de ser reflejo, en alguna medida, de una manera de entender el mundo que se ha ido elaborando a lo largo de los tiempos hasta llegar a ser expresión de identidad.
Los colores, además, aportan riqueza visual, alegría, frescura, y conforman en los puertos un atuendo acorde con el ambiente marino, evocador de amplitud, libertad y misterio.
Desde hace algunas décadas, la paulatina sustitución de la madera por la fibra de vidrio y otros materiales sintéticos ha herido de muerte a una actividad profesional secular y forma de vida de los puertos pesqueros; la carpintería de ribera, los pequeños astilleros artesanales y toda una industria vinculada a la construcción, la reparación y el mantenimiento de las embarcaciones de madera, van desapareciendo día a día, en resignado silencio y ante nuestra mirada indiferente.
Los carpinteros coinciden en que la madera, al ser más pesada, se acopla mejor al agua, aunque admiten que en términos económicos resulta más ventajosa la fabricación en poliéster; por otra parte, el mantenimiento de las embarcaciones es también más barato, pues el poliéster no se pudre, a la vez que presenta, al parecer, una mayor resistencia a los golpes: el poliéster no envejece. Desde luego, si envejecer es hacerse más sabio, la madera sabe mucho de eso. Pero se imponen los nuevos materiales y la fabricación en serie: es el signo de los tiempos.
La extensión del poliéster en detrimento de la madera ha dictaminado la práctica desaparición de la policromía de los puertos, del lienzo colorista de botes, bateles, chalupas, merluceras, motoras, gasolinos, vapores y barcos de todo tipo. El poliéster, siempre igual, y carente de la nobleza de la madera, desertiza los puertos, y el blanco dominante de las embarcaciones modernas, plano y sin matices, ciega la mirada y empobrece el paisaje.
Esa blancura anodina, uniformadora, y ese plástico frío, vulgar, con sus innegables ventajas, no dejan de ser, al mismo tiempo, la propuesta estética del modelo de «usar y tirar», y uno de los rostros poco cautivadores de la globalización.
Los puertos pesqueros, con su ropaje colorido, las texturas de la madera de los barcos viejos y sus capas de pintura al descubierto, las paletas de color de las pruebas de pintura de los astilleros, los mapas de los óxidos sobre el hierro envejecido, ¿no son acaso —o no eran— también expresión del color, de la textura, del carácter de un pueblo? Hoy se parecen cada vez más a los puertos deportivos, pálidos e iguales, sin historia ni identidad. Identidad que se nos escapa como la arena entre los dedos.
Konrado Mugertza – Fotógrafo