Apuntes de etnografía

Comunal y borda en Lapurdi. Michel Duvert.

En otro tiempo, cuando la estructura de los caseríos (etxeak) aún era de madera, la libre estabulación en las tierras comunales (herriko lurrak) estaba regulada. Se construyeron recintos (borda-barrukiak) que los animales utilizaban como refugio natural (del calor, moscas…). El Fuero de Lapurdi, Título III Artículo I, dice: “En Lapurdi cada parroquia tiene y posee tierras comunales y vecinales entre todos los parroquianos” donde pueden pastar los animales de “cierta condición y número”. “Se permite también construir cabañas, alojamiento y cercados para acoger ganado, pastores y guardas”, sin más exigencia que las obligaciones comunes a cualquier “asentamiento humano”. Además del respeto de la propiedad privada citaremos el libre acceso, la dedicación exclusiva al pasto, el respeto del sistema de veto, la protección de árboles y bosques, etc. Dicho entorno evolucionaría forzosamente, aquí y en todas partes.

Para subvenir las necesidades de tesorería los labortanos fueron inducidos a vender las tierras comunales, la madera de sus bosques… Tales adquisiciones podían adjudicarse a un colectivo. A modo de ejemplo, en 1881 el alcalde de Ainhoa y su consejo municipal, tras la publicación reglamentaria, procedió a la adjudicación de un terreno comunal catastrado como “bosque, arboleda, de una extensión de 10 áreas 49 centiáreas”. La venta se efectuó en subasta pública minutada por tres velas; el precio de salida eran 300 francos. Después de la licitación y una vez extinguidas las tres llamas, el terreno fue adjudicado a dos vecinos de la localidad por 505 francos.

Ampliando así su patrimonio, los caseros tenían permiso para establecer explotaciones agrícolas y bordas (bordak), destinadas principalmente a ovejas (ardi-bordak), con corral (korralea), que a lo largo del siglo XVIII irían esparciéndose por lugares de media montaña.

Interior de una borda. Michel Duvert.

En caso de que la parcela asignada fuera cultivada, la tierra permanecía siendo propiedad comunal; ningún vecino podía apropiársela. De esta suerte, en el siglo XIX hubo un alcalde en Ainhoa puesto a disposición judicial por sus administrados durante el ejercicio de su mandato por haber contravenido este principio. Al tiempo de recolectar la cosecha, había vendido el terreno concedido. Casualmente encontré un caso similar en los archivos de Lesaka (Navarra).

De hecho, y al igual que ocurre aquí en el monte de Ainhoa, las bordas continúan siendo fundamentalmente multifuncionales. Al fin y al cabo no dejan de ser modos de civilización. Su larga historia ha estado marcada por la gestión de un bien común (auzolana) y la importancia que ello conllevaba. Progresivamente han ido alejándose de su finalidad primordial hasta convertirse en objeto de estudio histórico en sí mismas. La esencia de estas formas de hábitat predominantes en zonas de montaña —por la que desde 1960 vela la Unión Europea— se ha visto muy vulnerada hoy día hasta llegar incluso al abandono de bordas próximas a pendientes peligrosas o poco rentables.

El sentido profundo de estos asentamientos caídos en el olvido y pasto ahora de creadores de imágenes folclóricas ya no cuenta. Las landas comunales, incluidos roturos (labakiak) y pastizales, antaño su entorno de excelencia, apenas se explotan. Bosque, monte alto y sotobosque están cada vez más descontrolados.

En el monte bajo se ven ya construcciones modernas que cumplen con las nuevas exigencias en el ámbito de la ganadería.

Michel Duvert – Etniker Iparralde – Grupos Etniker Euskalerria

Traducido por Jaione Bilbao – Departamento de Lexicografía – Labayru Fundazioa

Texto original en francés.

Para más información véase: Michel Duvert. Voyage dans le Pays Basque des bordes, 2008.

 

 

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