Hasta bien entrada la segunda mitad del siglo pasado, la edad de comienzo en el aprendizaje escolar se situaba entre los seis y los siete años. La escolarización obligatoria tenía una duración breve, extendiéndose, normalmente, hasta los doce años, a lo sumo, hasta los catorce, y ello según las necesidades de mano de obra que tuviera la casa de la familia respectiva. A ese corto periodo de escolarización para la correcta formación de los chicos y chicas, habría que sumarle el importante absentismo escolar provocado, sobre todo en las zonas rurales, por el apremio de las labores domésticas y por las inclemencias del tiempo. Las precipitaciones y las bajas temperaturas dificultaban sobremanera a buena parte del alumnado los largos recorridos diarios a realizar a pie desde el caserío hasta el centro docente.
En las escuelas, tanto de niños como de niñas, se hablaba y se enseñaba en castellano, aun en aquellas localidades en las que la lengua comúnmente empleada, tanto en casa, como en la calle, era el euskera. El objetivo de la enseñanza se limitaba, prácticamente, a que los alumnos y alumnas aprendieran a leer, a escribir, a realizar operaciones matemáticas sencillas y a adquirir conocimientos de la doctrina cristiana. A las niñas se les enseñaba también costura.
Hace unos meses llegó a mis manos el cuaderno escolar de mi amama. Se trata de un cuaderno con renglones en el que se ha escrito a pluma. El cuaderno, además de algunas frases religiosas intercaladas, contiene dictados, redacciones, ejercicios de gramática y problemas con sus soluciones matemáticas. Casi siempre, la temática de los ejercicios es del ámbito rural (cosechas, ganado, compra-ventas campesinas, etc.). Me llamó especialmente la atención una característica que prevalece en todo el cuaderno, y es la calidad de la escritura, de la caligrafía.
En tiempos pasados no se trataba solo de saber escribir, se debía aprender a escribir bien y, por eso, la caligrafía tenía una gran importancia en la escuela. El aprendizaje de la técnica de la escritura se lograba imitando la letra del maestro plasmada en el encerado, repitiendo en cuadernos especializados los diferentes modelos caligráficos, o copiando, de los manuscritos escolares, los distintos tipos de caligrafía.
La aparición del bolígrafo supuso una revolución para el proceso de aprendizaje de la técnica caligráfica. Con la irrupción de la máquina de escribir, la mecanografía sustituyó a la caligrafía, y, posteriormente, aquélla fue reemplazada por el teclado del ordenador. Con el paso del tiempo, la necesidad de escribir a mano va disminuyendo aún más y nuestros muy escasos manuscritos actuales se asemejan cada vez más a los textos impresos por los ordenadores, con letras sencillas y totalmente sueltas.
Con letra cursiva y ligada, el cuaderno escolar de mi amama termina de esta manera: Es el último día de clase, un día muy triste por salir de la escuela para siempre y ya no poder jugar más y ni leer ni nada de lo que hacía antes. ¡Qué alegre es venir a la escuela! Para ella, el dejar de ir a la escuela suponía tener que trabajar de continuo en el caserío familiar, tanto en la agricultura y ganadería domésticas, como en las tareas propias de la casa y en el cuidado de las personas de más edad. Fue un gran cambio en su vida, de ahí que guardara, como oro en paño, su cuaderno escolar durante el resto de su vida y también todo lo que había aprendido a través de él, y de forma especial, su caligrafía.
Zuriñe Goitia – Antropóloga