En otros tiempos el lino gozó de gran estima, tanta que apenas había caserío que no lo cultivara. Y es que los linares proporcionaban un elemento fundamental de la economía autárquica propia de las casas de labranza: la fibra textil.
El lino que nuestros antepasados conocieron era una planta de aspecto más bien frágil y flores de pétalos azules. Dicen que el paisaje de los linares en primavera era espectacular, una estampa que muchos, quizá los más, no hemos conocido.
Se cultivaba preferentemente en laderas altas y nuevas roturaciones. En tierras blandas crecía mucho pero su tallo resultaba menos fibroso. Había diversas variedades, siendo la que más abundaba aquella que se sembraba en otoño y se recogía en mayo o junio. Su cultivo se perdió en el primer tercio del pasado siglo XX.
El largo proceso de elaboración de hilo y tejidos de lino entrañaba un sinfín de dificultades, tal y como constataba a finales del siglo XVIII Mogel en su obra Peru Abarka, refiriéndose a ellas como linuaren penak ‘las penas del lino’.
Arrancarlo, atera
Cuando llega a su madurez, la flor del lino, de corta vida, da lugar a una cápsula llena de semillas aplastadas y puntiagudas; entonces los linares iban adquiriendo un color amarillento parecido al de los trigales.
Se cosechaba arrancando la planta entera, incluidas las raíces, ya que de otro modo las fibras sufrirían. Y quedaba extendido en el mismo campo durante algún tiempo, de quince días a un mes, para que la lluvia lo ablandara.
Desbagarlo, garramatu
Tras la recolección se procedía a despojarlo de su fruto. Era esta una operación un tanto laboriosa, pues la linaza, linazia, viene encerrada en pequeñas cápsulas redondeadas. Era común utilizar a tal fin un peine de púas grandes de madera o de hierro sujeto a un banco alargado conocido como garrama.
Al pasar el lino por entre las púas se le desprendían las bagas. Puestas en montón se golpeaban con una maza o se ponían al sol para que así liberaran la semilla. Escogían la mejor para simiente, y el resto se conservaba por sus propiedades medicinales.
Empozarlo, urtaratu
Una vez desgranados los manojos de lino se empozaban en los llamados lina-putzuak o liho-osinak para su maceración. Convenía guardar cuidado de que una crecida del río no se los llevara, sirviéndose de piedras, tablas o lo que fuera. El agua donde se introducían quedaba sucia y emanaba un hedor desagradable.
Secarlo, sikatu
El lino, después de extraído del pozo, se extendía en el prado, donde debía permanecer de diez a veinte días hasta que se secara bien.
Pero las penalidades no terminaban aquí…
Jaione Bilbao – Departamento de Etnografía – Labayru Fundazioa
(Adaptado del tomo del Atlas Etnográfico de Vasconia dedicado a la Agricultura)
Para más información puede consultarse: Julián Alustiza. Lihoaren penak eta nekeak. Oñati, 1981.
[…] enumerando las penas del lino —incluidas las tratadas en el apunte inmediatamente anterior a este— según cuenta una antigua leyenda bizkaina que Barandiaran recogió en […]