A pesar de que no nos hemos librado aún de un virus (y sus infinitas variantes) al que se le ha bautizado con el nombre vulgar de COVID-19, hemos dado por sentado que la pandemia es una mala noche del pasado. Sin embargo, el relativo corto espacio de tiempo que ha durado, ha influido totalmente en nuestras vidas… en una sociedad que hace una gran parte de su vida en la calle; teniendo la relación directa entre humanos un gran peso específico.
La pandemia se oficializa con duras restricciones en este país en marzo de 2020. Esto provoca, de entrada, que el ocio de los fines de semana y festivos, y los actos, en los que incluimos todo tipo de espectáculos, festejos y oficios religiosos, que componen el ámbito de celebración, se suspendan totalmente o, en ciertos casos, parcialmente.
La fiesta pasa, de forma generalizada con algunas excepciones, a mejor vida. Más de una persona asegurará que las celebraciones tradicionales se han hecho “desde siempre”, sin ningún tipo de corte temporal… pero eso es un cuento para otra historia, y que, incluso con epidemias, se realizaban ciertos rituales para expulsar enfermedades como, por ejemplo, mediante las rogativas.
El uso de la mascarilla se convertía en obligatoria, por lo que la asistencia restringida, a los pocos eventos que se permitían, era un factor a tener en cuenta, sobre todo en lugares cerrados. Nos jactábamos de cómo los chinos la utilizaban en sus grandes ciudades por la contaminación, de una forma habitual.
Esto que, en principio, era un más que evidente problema para cualquier acto público, en el mundo de la danza tradicional vasca, fue solventado de forma excepcional por unos pocos colectivos, los cuales buscaban espacios abiertos en los que, en un afán por mantener la fecha del ritual, ejecutaban la coreografía. Eso sí, sin ojos expectantes: fundamento, por otro lado, y desde hace un tiempo, incoherente con uno de los principales objetivos, sino el que más, de todos los grupos de danza, el cual es bailar ante un público que, ex profeso, asiste a las exhibiciones o, en su defecto, forma parte activa, o pasiva, en procesiones y demás actos.
Menos mal que durante este periodo de dos años, aunque de manera intermitente y un tanto agarrotados por las medidas sanitarias, se han podido realizar diversos actos, sino estaríamos en una situación aún más conflictiva, si no lo es en gran medida ya, en el ámbito de la celebración y del progresivo deterioro del mundo de la danza tradicional vasca.
Emilio Xabier Dueñas – Folklorista y etnógrafo