En tiempos pasados (también hoy día en menor medida) el vecindario de las villas se auxiliaba mutuamente. El que las casas de pisos no fueran muy altas y por tanto tuvieran pocos vecinos, y que además no dispusieran de ascensor ni garaje en el propio edificio hacía que el tránsito por la escalera fuera obligatorio y constante, y, en consecuencia, el contacto más cercano y continuo.
A ello se añadía el que la gente apenas si cambiaba de vivienda y que siempre alguien, bien fueran los abuelos o el ama de casa, pasaban mucho tiempo en la casa. Las llaves permanecían colgadas en el exterior para que cualquier vecino pudiera acceder al interior con solo pulsar el timbre. Cada vecino conocía a los familiares y amistades de sus convecinos. Si los hijos eran de la misma edad acudían a la misma escuela o colegio y, en ocasiones, se ayudaban en las tareas escolares.
Si en una familia se precisaba de algo por falta de previsión o porque a esas horas el comercio estaba cerrado, se llamaba al vecino más próximo o de mayor trato en demanda de huevos, pan u otro artículo que se precisara de emergencia, para salir del paso. También en las tiendas de ultramarinos, panaderías, etc. había clientes a los que los establecimientos les fiaban e iban anotando la deuda para que la liquidaran a fin de mes o cuando cobraran el sueldo.
No digamos la solidaridad que se manifestaba en los casos de enfermedad y muerte en que la casa afectada era asistida y reconfortada por los vecinos.
Cuando un estudiante se veía obligado a abandonar la localidad para proseguir los estudios, se producía un efecto llamada y a aquel internado ya inaugurado, le seguían muchos compañeros. Además, los colegiales de más edad auxiliaban a los más jóvenes de posibles novatadas o abusos por parte de terceros. Otro tanto ocurría con los médicos especialistas; funcionaba el boca a boca y las consultas de determinados doctores de la capital se veían concurridas por pacientes del mismo pueblo.
Las calles se agrupaban en barrios y los chavales, organizados en cuadrillas, corrían juntos sus aventuras al mando de quienes se eregían en jefes de pandilla y defendían a sus subordinados de los contrincantes. También era en el barrio donde se alzaban y quemaban las fogatas de san Juan, se celebraba el carnaval, se formaban los coros de santa Águeda, se hacían las cuestaciones navideñas y se rememoraban otras tradiciones.
Si una familia se trasladaba a la ciudad o a un núcleo urbano más grande, era muy posible que otras familias que se vieran en el caso fueran tras los pasos de las precursoras y se establecieran en el mismo entorno. A pequeña escala seguían la huella de los pioneros, como ocurrió en las cadenas migratorias a América.
Y así podría extenderse esta reflexión a otros muchos ámbitos de la vida y ampliarla, con los debidos matices, al mundo rural y a la ciudad. A esto es a lo que hablando con propiedad debería llamarse redes sociales.
Segundo Oar-Arteta – Etniker Bizkaia – Grupos Etniker Euskalerria