Desde hace unos años se viene dando una circunstancia que, para una parte de la población quizá pueda pasar inadvertida. Esta es la diferenciación entre estación (desde una visión u observación de un periodo) astronómica y meteorológica.
Si nos referimos al hemisferio norte y, concretamente, al invierno, mientras la primera se circunscribe al inicio que marca el Solsticio entre los días 19 y 22 de diciembre, según año, la segunda toma como base meses completos: diciembre, enero y febrero.
Esto que, en apariencia parece trivial, tiene su efecto, no solo en la consolidación del comienzo del Carnaval, como así sucede en algunas ciudades de, por ejemplo, Alemania o Países Bajos con el 11 de noviembre, sino además en la repercusión de otras celebraciones y fiestas de nuestro entorno más cercano.
Actos, entre los que se encuentran postulaciones como la de San Nicolás (6 de diciembre), o las hogueras; estas han sido, y son, un elemento clave de diferentes momentos del año. En una parte de Euskal Herria ligadas al Solsticio de Verano y en la otra al invierno.
Las informaciones y datos recogidos, ya nos alertan de que, incluso el día de Todos los Santos en algunas localidades alavesas, el encendido de hogueras era algo inherente a la festividad con el fin de iluminar el sendero a los fallecidos en la oscuridad de la muerte. De hecho, el quemar el colchón del finado, o como enser viejo, a veces en cruces de caminos, buscaba el paso de un estado a otro: el de quemar lo viejo para estrenar lo nuevo.
Algunos de los ejemplos, con pocas variaciones, los encontramos en la Rioja alavesa y en La Rioja el 7 de diciembre. Por ejemplo, las “mañas” de Samaniego: niños y jóvenes encienden antorchas de espliego, con el antiguo fin de purificar la tierra y las casas, ahuyentar a los malos espíritus y las brujas. El significado actual transciende, posiblemente, el original, y no va más allá de tener entre las manos algo tan peligroso como lo que irradia luz y subida de adrenalina. En Labastida es la “ronda”, de calle en calle, en un ambiente totalmente festivo y con música, lo que provoca la algarabía, hoguera tras hoguera, en su recorrido.
Quizá la alteración de diez días que dejaron de existir en el año 1582 (o 1583) con el cambio del calendario juliano al gregoriano es lo que diera, por inercia, la realización de estas hogueras que continúan manteniéndose en la actualidad, ya que en otros pueblos es el 24, o el 31 de diciembre, como en Agurain con su “erre pui erre”, o en enero, en la festividad de San Antonio (Mendabia, San Adrián, Tudela y otras localidades navarras).
No puedo pasar por alto al respecto, en esta ocasión en relación a las hogueras, un error producido en parte por una información, creo que incorrecta y difundida por Barandiaran y Caro Baroja, respecto de la quema de Olentzero en Lesaka. Al margen de que no se realice la quema del muñeco, ni existe tal dato recogido por investigadores, tanto en esta localidad como en Bera, Oiartzun o Goizueta, rompería la lógica de la existencia del personaje.
Vivimos en una sociedad en la que cualquiera de los medios de comunicación tiene tanto peso en la información que ofrecen, que abruma. Se busca el componente ancestral, mágico o místico de celebraciones y elementos, mediante slogans, noticias y datos, a veces muy interesados cuando, directamente, la banalidad rompe el esquema y, por supuesto, la historia. Una historia inventada a gusto del consumidor al saltar por encima de la hoguera: más próxima al acto purificador que como valentía del protagonista, más lejos de la quema de trastos viejos que la mágica noche del 24 de diciembre, más frívola que el adorno en la puerta de la casa en contraposición a la protección del hogar ante las adversidades atmosféricas.
Emilio Xabier Dueñas – Folklorista y etnógrafo