En el artículo anterior hablábamos del daño causado por las presas en los ríos y de su relación con el patrimonio. He aquí unos ejemplos ilustrativos:
Algunos ejemplos significativos
La presa de Santa Engracia de Pamplona está documentada desde el siglo XIII. Lleva décadas en desuso. En ella se han llevado a cabo distintas actividades, la última de ellas la industria del caucho, en el siglo XX. El río Arga le causó destrozos hace unos años, por lo que desapareció la lámina de agua que generaba y como consecuencia, un club de remo de Pamplona no puede seguir con la práctica de su deporte. El debate ha sido intenso. La ley ordena su demolición, así como la Confederación Hidrográfica del Ebro y el Departamento de Medio Ambiente del Gobierno de Navarra; pero el Ayuntamiento se ha manifestado a favor de su reconstrucción. Su valor patrimonial ha sido subrayado por quienes quieren reconstruirlo, pero la manera más adecuada de mostrar su interior sería precisamente derribarla y enseñar la parte interna de uno de sus extremos. Desde el punto de vista del patrimonial inmaterial, es obvio que el uso del club de remo no sería argumento suficiente.
En Soraluze (Gipuzkoa), ligado al desarrollo urbanístico de una época, hace tiempo que el río Deba discurre por un canal entre las edificaciones y se construyeron varias presas para diferentes actividades. Hoy, el paisaje artificial fosilizado que esa corriente de agua ha generado en el imaginario de los autóctonos tiene mucha fuerza. En caso de demolición de las presas, en Soraluze, el río Deba perdería su aspecto de canal y adoptaría un aspecto natural limitado similar a los ríos que discurren por un espacio urbanizado; pero no es esta la imagen propia de la identidad local de las últimas generaciones, sino la del canal y la lámina de agua. Estas presas no tienen ningún uso y el daño que causan al río Deba es innegable.
En Burgui, en el Valle del Roncal, hay una presa con puerto para que pasen las almadías. Hoy es una presa que se utiliza un único día al año. Permite la recreación para recuperar la memoria del transporte de madera de gran trascendencia antaño. Es cierto, por otra parte, que gracias a este día se ha transmitido toda la sabiduría de la construcción de almadías y de la navegación sobre ellas; y es innegable el valor referencial que esta desaparecida profesión tiene en el imaginario y en la identidad de la gente de la localidad. Han creado un Museo de la almadía y un recorrido cultural denominado Pueblo de los Oficios, fomentando un turismo identitario y cultural. Por lo tanto, la presa sigue siendo una fuente de ingresos. A todos, y especialmente a la población local le corresponde valorar hasta qué punto les merece la pena mantener la presa, teniendo en cuenta el innegable daño que supone para el río Ezka y comparándolo con el beneficio que supone para su bienestar.
Conclusión
En la mayoría de los casos, mantener y no derribar las presas en desuso, no compensa el daño que supone para el río y para los animales, especialmente para los peces.
El patrimonio material no suele ser un argumento de peso para el mantenimiento de las presas; los restos de los antiguos molinos que puedan existir en la zona son otro tema. Pero si mantener los restos de los molinos puede resultar costoso, mantener una presa sin actividad lo es mucho más.
Desde el punto de vista del patrimonio inmaterial lo ideal sería analizar cada caso y sacar las conclusiones pertinentes. Lo que hay que valorar es el uso y el peso identitario de estas presas para los ciudadanos que viven en el entorno, recogiendo su opinión y sacando conclusiones tanto cuantitativa como cualitativamente. En muchos casos, primará el paisaje fosilizado enclavado en el imaginario colectivo, además del apego emocional al lugar de baño y esparcimiento veraniego.
Gaizka Aranguren — Labrit