Hasta no hace tanto tiempo existió entre nosotros una bella costumbre popular que se celebraba en el día de San Juan. Consistía en observar y admirar el sol en el momento del amanecer ya que supuestamente era el día de su mayor apogeo, el solsticio de verano. Por ello surgía sobre el horizonte más vistoso y alegre que nunca, contento por saber que era su gran celebración.
La cita más incuestionable sobre aquella antigua tradición nos la ofrece Pascual Madoz en su Diccionario geográfico elaborado entre los años 1845 y 1850, en el que recogió información de todo el reino en base a las respuestas remitidas desde los diversos pueblos. Y dice así en la entrada de «Gorbea»: «Principalmente el día de San Juan Bautista suele ser extraordinaria la concurrencia que para los primeros albores del día se halla ya en la cima, esperando la magnífica salida del sol». Un acto muy popular y que, sin embargo, se nos escapa de los recuerdos más recientes y de las encuestas etnográficas.
Casualmente, el poeta y músico laudioarra Ruperto Urquijo (1875-1970) también nos da cuenta de aquella costumbre tan arraigada por medio de una de sus canciones. Aprovechaba sus estancias veraniegas en el balneario de Areatza para componer aquellas tonadas y así describir de un modo preciso escenas pintorescas de los primeros años del siglo XX. En una de sus composiciones (Vísperas de San Juan) relata aquella excursión popular a Gorbeia para ver salir el sol y hacer a continuación baile, chocolatada, etc. El fragmento que más nos interesa dice textualmente así:
«Vamos todos a la bella fuente donde los pastores apagan su sed. Vamos todos como fueron siempre, vamos a la fuente porque San Juan es.
Levanta Ana Mari no tengas galbana que ya apunta el alba y las cuatro son. Levanta Ana Mari que en esta mañana es lo más grandioso ver salir el sol».
La fuente a la que hace referencia es la de Igiriñao, la última en el ascenso hacia la cumbre, y que se conoce como Iturriotz o incluso Lekuotz.
Allí se juntaban los que descendían de la cumbre con los más remolones que habían optado por observar el amanecer desde allí.
Aquella visita reverencial al sol estaba en ocasiones rodeada de cierto misticismo y era usada como vía de purificación espiritual a través de la penosa penitencia de cuerpo. Eso parece desprenderse de la cita ofrecida por R. Mª de Azkue: «La víspera de San Juan a la noche suelen ir descalzos de Ipiña (Barrio de Zeanuri) a Gorbea, para desde allí ver salir el sol» (Euskalerriaren Yakintza-I, 1935).
Quizá bajo todo ello subyaciese la creencia generalizada en todo el arco cantábrico y en otros diversos lugares de Europa, que decía que el sol amanecía ese día bailando, con unos ligeros movimientos, eufórico al saber que se trataba de su fiesta: «El día de San Juan baila el sol», publicado en el primer Anuario de Eusko folklore, de 1921.
Al respecto, es llamativa la desesperada reflexión del fraile Benito Jerónimo Feijoo, figura muy destacada de la Ilustración española, que en 1740 tildó esa creencia de ridícula: «Lo que baila el sol esos días, es lo que baila todos los demás del año en las mañanas claras y serenas; y es que al salir se representan sus rayos como en movimiento, o como jugando unos con otros, y esto quiso el vulgo que fuese bailar el sol».
Sea como fuere, aún en la actualidad, algunas pocas personas ascienden a Gorbeiagana cada día de San Juan para, desde aquel marco incomparable, ver nacer aquellos nuevos rayos. Es la magia en estado puro. Y que el sol baile o no baile… eso que dependa de lo que cada persona quiera ver.
Felix Mugurutza