En castellano conocemos con el nombre de «zoqueta» a una pieza de madera, a modo de guante, con que la persona que está segando la mies resguarda de los cortes de la hoz los dedos meñiques, anular y corazón de la mano izquierda. En euskera lo documentamos como esku-kapela pero no es una palabra conocida, algo residual, ya que ese aparejo ha sido mayormente usado en la vertiente mediterránea de Euskal Herria, donde abundaba el cereal, pero se perdió mucho antes el euskera. En la vertiente norte, al contrario, es un objeto totalmente desconocido.
También es desconocido el hecho de que fuésemos los vascos los grandes exportadores de esas piezas para toda Castilla, Aragón, Extremadura, Andalucía… donde tan grandes extensiones de cereal había. Se exportaba en cantidades tan ingentes que sobrecoge pensar en ello.
La manufactura de esas piezas se identifica principalmente con dos poblaciones que son Bigüezal (Navarra) y Santa Cruz de Kanpezu (Álava). Pero es tal la desproporción ente ambas que podríamos asegurar que esta última tenía el monopolio de la fabricación y comercialización de las codiciadas zoquetas.
Todavía es común referirse a las gentes de Kanpezu con el sobrenombre de «chirriqueros». Y aunque ellos lo desconocen, proviene de txirrika, polea, roldana porque era una de las muchas piezas que se torneaban en madera de madroño o boj para exportarlas, en especial para ser usadas en las embarcaciones. De hecho, todavía en el castellano de la Navarra media es habitual usar la palabra txirrika para hacer referencia a las poleas. Ese apodo, como el de «cuchareros», les viene dado porque, en los siglos pasados, Kanpezu vivió por y para la manufactura de piezas de madera, extraídas de las inconmensurables laderas del monte Ioar. Ellos y solo ellos: sin duda el rasgo más identitario de esa población.
Para que nos hagamos una idea de la amplitud del espectro de sus manufacturas, Pascual Madoz (1845) nos habla de cómo, al margen de las de cucharas y las zoquetas más conocidas, se elaboraban miles de «husos [ruecas], molinillos [maderas para batir miel, etc], brocales [cierre de los pellejos y botas de vino], botanas [tapones de las barricas], ruecas, morteros, y muchos otros utensilios de esta clase».
Son tales la intensidad y volumen productivo que, a fines del XIX, el bosque se llega a resentir, a agotarse y hace que empiece el declive de esta actividad.
Pero, así y todo, sabemos por la documentación que, en 1928, en plena decadencia, hay en Santa Cruz de Campezo 3 carpinterías, 4 talleres de manufactura de cucharas de boj, 12 de torneado de esas maderas para hacer los brocales, molinillos, ruecas, etc. También había 5 talleres más solo dedicados a fabricar las zoquetas para la siega. Todo el pueblo vivía en cierto modo relacionado con esa actividad. Una auténtica locura.
Pero, centrémonos en la interesante pieza de la zoqueta porque, sin duda, es la pieza más singular a su vez que la más desconocida entre nosotros, ya que la hemos relacionado con entornos alejados como Castilla, pero siempre desconociendo que proceden de aquí, de Kanpezu.
La labor de su elaboración comenzaba por el aprovisionamiento de madera para tener abastecido el taller. Así, se cortaban en los menguantes de invierno unas buenas ramas o troncos de haya. Porque, al contrario que sucede con cucharas, piezas torneadas, poleas… en donde se prefería el boj o madroño (conocido aquí como «burrubiote»), para las zoquetas se usaba el haya.
Aquellas ramas eran piezas de aproximadamente una vara de largo (antigua medida equivalente a 83,6 cm). Se bajaban arrastrándolas, cargadas en mulas o, muy habitualmente haciéndolas rodar tras clavar en sus extremos unas cuñas giratorias, a modo de eje, y unidas por cadenas a las caballerías.
Luego aquellos maderos se dividían con unos cortes verticales, en seis trozos si era grueso o, mayormente en cuatro partes o cuarterones, a la vez que se eliminaba la madera del corazón, más propensa a agrietarse. Cada una de esas piezas daba para fabricar seis zoquetas. Dicho de otro modo, un par de zoquetas por cada pie de madera (medida antigua, un tercio de la vara) o veinticuatro por tronco bajado del monte.
La manufactura se acometía implicando a menudo a toda la familia y asumiendo cada miembro alguno de los procesos, en una especie de cadena industrial. Así, bien organizados, lo habitual era que cada taller o familia fabricase 60-70 zoquetas al día.
Con una estimación rápida comprobamos que, incluso en las épocas de decadencia, salían de Kanpezu en torno a 2.000 zoquetas a la semana, lo que nos da una idea de la importancia que tuvo.
Podríamos extendernos mucho más detallando el proceso de fabricación. Pero lo vamos a obviar porque el objetivo de este post otro: el de dar a conocer algo tan importante en nuestra historia, pero de lo que, curiosamente, no hay nada publicado. Así es que en esas estamos, una vez más, luchando contra los molinos de viento del olvido.
Felix Mugurutza – Investigador