Cuando hablamos de etnografía y de transmisión oral a todos nos viene a la cabeza la imagen de una familia de antaño sentada junto al fuego bajo del hogar y de unos abuelos que relataban historias y leyendas ante la atenta mirada de los más pequeños de la casa.
Pasó un tiempo y el proceso continuó siendo el mismo salvo que el fuego se encerró entre unas planchas de hierro que se dieron en llamar cocina económica o más sencillamente chapa. Pero cuando nuestra sociedad fue haciéndose más urbana y el fuego quedó arrinconado, cobró protagonismo en las casas una nueva estancia: la sala. Y allí encontramos de nuevo a la familia, con menos miembros que antaño pero también sentados contemplando absortos unas imágenes en movimiento tan sugestivas como las llamas del hogar, las proporcionadas por el televisor, el nuevo contador de historias, aunque estas a menudo llegadas de muy lejos.
Sigue transcurriendo el tiempo y ese ‘fuego’ que suponía la tele y el acto de contemplarla en familia se resquebraja y algunos miembros de la casa se encierran en su habitación para ver su televisor particular. Caen los años y esas pantallas son sustituidas por las de los ordenadores. No solo no decrece la fascinación que ejercen sobre nosotros sino que además ahora nos abren la posibilidad de elegir los relatos que queremos escuchar.
Y nada se detiene, cualquiera que camine por las aceras de nuestras ciudades o viaje en un transporte público observará cómo cada uno porta su ‘fuego particular’ en forma de teléfono móvil y permanece ensimismado ante esas imágenes que nos hechizan mientras escucha o lee nuevas historias, ahora recibidas no desde los ancestros sino a través de una gran maraña mundial.
Durante este tiempo quienes nos dedicamos a la etnografía no hemos dejado de escuchar historias y de registrarlas, primero con una libreta y un lapicero, después con un magnetófono, una grabadora de casete, una cámara fotográfica, de cine o ahora de vídeo, para así difundirlas a través de libros, por lo común, y también de imágenes y audios. En esa labor de recopilar y hacer de intermediarios entre quienes cuentan historias y quienes quieren escucharlas se nos abre la posibilidad de transmitirlas por este medio tan virtual como la propia naturaleza de los relatos, a menudo tan frágil e inasible, pero siempre poderosa. Que sea para bien.
Luis Manuel Peña – Departamento de Etnografía – Labayru Fundazioa