Entre los aprovechamientos de la madera de los montes en el Valle de Carranza (Bizkaia), destacó en épocas pasadas su utilización para la fabricación de carbón vegetal.
La temporada de carboneo comenzaba, generalmente, en el mes de marzo, prolongándose hasta noviembre. Se aprovechaba el invierno para la corta y preparación de la madera (castaño, encina, haya o roble), sirviéndose al efecto de tronzadores, hachas, porras y cuñas.
Las primeras tareas se encaminaban a explanar, con azadas y palas, el torco —nombre que recibe la zona de forma circular donde se iba a levantar la hoya—. Cuando se ubicaba en ladera, se alzaban pequeños muros de piedra seca para contener la tierra extraída de la parte alta.
Una vez hecho el torco, si estaba alejado, se conducía hasta él la madera en un carro tirado por una yunta de bueyes o vacas. Y si los troncos se encontraban cerca se acarreaban a hombros. Algunos carboneros se valían para ello de un artilugio conocido como burro. Se trata de un cilindro de madera, con cuatro palos incrustados en forma de uve en la parte superior, en los que se colocaban los troncos, y un palo introducido verticalmente en la parte inferior, que sirve de agarradero.
Antes de armar la hoya, se hincaba en el suelo una estaca vertical, procediendo después a colocar la madera en su entorno, distribuyéndola uniformemente de abajo hacia arriba, dándole forma de cono y dejando un hueco a modo de chimenea en la zona central.
Cuando ya estaba armada, se procedía a cubrir la madera. Unas veces utilizando tarrones —tepes de césped— colocados con la hierba hacia abajo, otras con tierra y cisco —carbón muy menudo— procedentes de una hoya ya elaborada. En la parte de abajo se dejaba sin cubrir un pequeño respiradero.
A continuación, se retiraba la estaca central y se procedía al encendido de la hoya, que algunos acostumbraban prender en días de luna llena. A tal fin, se encendía una hoguera, de la que se tomaban varias paladas de brasas y se echaban por la boca de la chimenea, a la que subían por medio de una escalera, añadiendo pequeños trozos de madera. Con el hurgón —un palo de aproximadamente tres metros de longitud— se removía dentro de la chimenea para que cogieran llama. Al cabo de una o dos horas, cuando las llamas salían por la boca, se tapaba esta y después el respiradero. Ese mismo día, al atardecer, se abría la boca de la chimenea y se recebaba con pequeños trozos de madera.
A lo largo del proceso de cocción, que en una hoya de mediano tamaño venía a durar de doce a catorce días, los carboneros tenían que estar día y noche al cuidado de la misma, para evitar hinchaduras o hundimientos de la capa de cubrición, producidos por la combustión de la madera, por los que salía el fuego. Se subsanaban golpeando la zona con la porra —un cilindro de madera con mango—, rellenando el hueco con leña menuda, y tapándolo después con tarrones o tierra, conteniendo así la entrada de aire que provocara que ardiera la madera.
Durante la transformación de la madera en carbón, la hoya iba perdiendo volumen y los carboneros, con la porra o un palo grueso, golpeaban la capa de cubrición para compactarla y reducir los huecos que se hubieran producido.
Una vez advertían que ya se había realizado la cocción del carbón, se procedía a ‘enfriar’ la hoya. Esta tarea se iniciaba a primeras horas de la mañana, moviendo con un rastrillo la tierra que cubría el carbón, para tapar grietas e impedir la entrada de aire y la combustión del carbón. Después se dejaba que la hoya se fuera apagando hasta el día siguiente.
La extracción del carbón, operación conocida como ‘desnudar’ la hoya, se llevaba a cabo con el rastrillo o un picacho, sacándolo de abajo hacia arriba y dejándolo extendido a su alrededor. Si durante esta labor se observaba que alguna zona aún humeaba, se apagaba con agua que los carboneros recogían en manantiales o arroyos cercanos.
Tradicionalmente, el carbón elaborado se cargaba en sacos llevados a hombros hasta el carro de bueyes, que era el medio de transporte habitual a las carboneras o puntos de venta. En ocasiones, a partir de finales del siglo XIX, a localidades situadas fuera del Valle los sacos de carbón se llevaban en el ferrocarril Santander-Bilbao.
Entre los siglos XV y XVIII, los carboneros fueron los encargados de abastecer de carbón a las ferrerías levantadas en las riberas de los ríos del Valle. Desaparecidas estas, el carbón se destinaba a alimentar el hogar de las pequeñas herrerías y al uso doméstico. En los años 1940, ante la escasez de otros combustibles, este tipo de carbón se empleó como carburante de los gasógenos de vehículos de motor de la época.
Miguel Sabino Díaz – Etniker Bizkaia – Grupos Etniker Euskalerria