Suenan las dulzainas-gaitas, los chistus… un grupo de adultos, y chiquillos de cautivadora mirada, se arremolina y rodea a unas figuras con facciones humanas pero caricaturizadas… Según avanza la comparsa de estas gigantescas imágenes, que se bambolean en un ejercicio de singular equilibrio, el gentío las acompaña… Nadie quiere perder su sitio y cercanía a tan insignes personajes…
Es el boom de los gigantes que, sin duda alguna, estamos viviendo desde hace ya unos años. Personajes de altura que a lo largo de la historia han tenido vaivenes notables: según una abundante documentación escrita, nacieron, junto a “enanos”, tarascas y otros artefactos, con la festividad del Corpus Christi allá hacia entre los siglos XVI-XV y, entre fallecimientos y resurrecciones, han llegado a nuestros días.
Pero, ¿estos gigantes, o erraldoiak, son similares o idénticos a aquellos dibujos y textos que nos hablan de su origen? Sí y no. Por un lado, tenemos las caricaturizaciones y estilos de todo tipo (reyes y reinas, representantes de continentes, personajes públicos, músicos o danzantes, etc.) que, con notables cambios de maquillaje y tuneo, se han ido recreando en algunas poblaciones. Es curioso, cómo en ciertas situaciones, vecinos y vecinas defienden la antigüedad de los mismos, a pesar de que su estructura original es nueva; principalmente debido a las sustituciones parciales que se les han ido confiriendo. La desidia o el fuego han hecho mella en ellos una y otra vez.
Salvando la naturaleza sexista o de género atribuido al gigante, al que también se le denomina giganta, nos encontramos con una variedad importante de pesos y de tamaños que, en este caso, atañe a las denominaciones utilizadas en el vocabulario general: gigantona, gigante txiki o pequeño, gigantilla, tipo guiñol, etc.
Dejando a un lado los xigantiak de las Kabalkadak bajonavarras y de Luzaide, así como el acompañamiento relativo de los “cabezudos” (buruhandiak) y “enanos” (enanuak), las modas se están superponiendo a un ritmo vertiginoso como el colgar chupetes infantiles en las figuras, con el ánimo de que sea la última vez de su uso. O el construir figuras de personas famosas en el ámbito más cercano, como el recientemente gaitero fallecido Salva Martínez, junto a su inseparable compañero Juan Carlos Doñabeitia en Deba. Tenemos al efecto otros ejemplos como “Pichichi” en Bilbao, “Bihotza” en Urduña o, entre otros muchos, los estrenados esta misma primavera en Portugalete, “Casilda” y “Nisio”.
Junto a estas altivas imágenes, cada vez son más los niños y niñas que, con o sin ayuda, construyen sus propios “gigantes”, aunque suene algo incoherente, “pequeños”. Los bautizan, algo que en la actualidad se está haciendo cada vez más habitual incluso con los de su altura habitual, con nombres propios: Nikolas, Bixente… Y, por si esto no fuera suficiente, ahora van y se disfrazan ellos mismos imitando al gigante.
Si bien hasta el siglo XIX llegaban, como mucho, a ser paseados, con o sin acompañamiento musical, el “bailarlos” se ha convertido en algo tan habitual, que ya resulta extraño que los movimientos y contoneos, producidos por la habilidad de “giganteros” y porteadores, no vayan al compás de las melodías, interpretadas mayormente por bandas de dulzaineros-gaiteros, pero extendidas a charangas, trikitixa… y, como antaño, también por bandas de chistularis.
Emilio Xabier Dueñas – Folclorista y etnógrafo