Si existen en el calendario unas fechas propensas para las soluciones milagrosas esas son las de los dos solsticios anuales.
En esta ocasión nos referiremos al solsticio de verano, es decir, a la noche previa al día de San Juan, con un gran potencial para soluciones extraordinarias, aquellas que superaban toda lógica y orden natural.
Así pues, uno de los rituales habituales de esa distinguida noche iba destinado a sanar niños herniados. Eran criaturas con evisceración parcial de las tripas a través de un desgarro en la membrana peritoneal que presentaban un bulto en la zona abdominal, a menudo en la ingle, allí donde se junta el muslo con el abdomen inferior. Dicha lesión podía tener consecuencias muy graves, incluida la posibilidad de la muerte.
Pues bien, para sanar aquel problema existía un ritual específico que se conoce bien en el ámbito europeo y que también tuvo, con sus variantes locales, gran predicamento en todos los territorios de Euskal Herria, tal y como podemos constatar en el Atlas Etnográfico de Vasconia o en los conocidos tratados de Azkue en donde lo resume así: «Para curar a un niño herniado, la víspera de San Juan a media noche suelen levantarle hasta la copa de un roble dos Juanes en algunos lugares; en otros, tres Juanes; en alguna parte, Juan y Pedro. Y mientras suenan las doce campanadas del reloj suelen mover al niño de mano en mano entre exclamaciones de «tori» (toma) y «har zak» (recíbelo), «har zak» (recíbelo) y «tori» (toma)» (Euskalerriaren Yakintza I).
En otros casos constatados, se elegía una rama del roble o laurel y se le practicaba una hendidura con un hacha. Tras abrirla con los brazos, se pasaba la criatura tres veces a través de la oquedad. Una vez finalizado, el oficiante de la ceremonia unía las dos partes de la rama abierta con un trozo de tela y barro. Con otro trozo de la misma pieza de tela hacia una especie de faja con la que envolvía al niño sujetando la parte herniada.
La creencia consistía en que, si al cabo de cuarenta días la rama dañada había cicatrizado, también la herida interna (hernia) se habría curado.
Una variante de esta superchería la constatamos en Laudio (Álava) en 1935, gracias al joven seminarista Daniel Isusi Elorrieta (1915-1989), casualmente, hermano de mi difunta abuela materna y que, caprichos del amor, nunca llegó a ser sacerdote. Lo relató así:
«El vecino de Laudio, Jorge de Ibarrondo, me relató un cuento referente a lo dicho, ocurrido cerca de su caserío.
Dice que Juan Ibarra, Juan Zubiaur y Juan Larrazabal tomaron a un niño loco (por lo visto, el remedio también sirve contra la locura) y verificaron la operación con un laurel de Julián Zubiaur, vecino del relator y de los otros tres Juanes. «Día 24 de junio. San Juan. 1º Si este día se quiere curar a un niño de la hernia, dicen que no hay más que abrir con un hacha el tronco de un laurel y que tres Juanes pasen al niño por la abertura mientras el reloj da las doce. Para que el resultado sea favorable, se requiere que el laurel que ha sido abierto no se seque.
Las palabras que dijeron al hacer la operación son: «tómalo Juan el 1º, dámelo Juan el 2º y tómalo Juan el 3º (no sé si dirían en vascuence porque es muy fácil que a mí, como sé poco vascuence, me lo dijese en castellano)».
El laurel aún existe y cuenta que también el niño se puso bien».
No se puede pedir más candidez en aquellas creencias populares. Pero tenían gran arraigo y se recurría a ellas como medida práctica ya que, al parecer, los rezos no hacían efecto en aquel dios todopoderoso que no tenía tiempo para perder con sus súbditos.
Y quizá de todo ello, lo más curioso y preocupante sea que, tan solo un siglo después, nadie recuerde hoy de aquellas curiosas costumbres tan populares. Duele tanto o más que uno de aquellos desgarros peritoneales.
Felix Mugurutza – Investigador