Mi primer recuerdo de herradores (errementariak) se remonta a la niñez. No tendría yo más de nueve o diez años cuando un sábado por la mañana recibí por parte de mi madre un encargo bastante peculiar: debía acompañar a un vecino que iba al herrero con una de sus vacas a la localidad cercana de Maruri-Jatabe, a unos nueve kilómetros de Urduliz (Bizkaia), mi pueblo natal. Mi labor era simple, seguirles en su camino y arrear al animal con un palo en caso de que se detuviera y no quisiera seguir avanzando. Lo que comenzó como una excursión —provista de un pequeño paquete de galletas surtidas recibido como premio al favor realizado— se convirtió en una jornada interminable y agotadora.
La caminata hasta el caserío Zubiaurre se me hizo eterna; pero, encima, una vez en la herrería (perratokia), tuvimos que esperar durante largo rato nuestro turno ya que había varias cabezas de ganado, bueyes en su mayoría, aguardando a que Juan Oleaga les arreglara sus pezuñas y les implantara las nuevas herraduras (perrak); según sus propias palabras les pusiera ‘zapatos nuevos’. Mientras esperábamos, en aquel lugar de encuentro social, había una animada tertulia entre los hombres allí congregados que conversaban de temas cotidianos: los chismorreos locales, el ganado, la cosecha, el tiempo… Una vez herrada la vaca, la conversación se trasladó al bar y se alargó varias horas más, por lo que para aquella niña de nueve años, la jornada parecía no tener fin.
En aquel momento, ni por lo más remoto podía pensar que muchos años después, en 1999, ya trabajando en Labayru en la redacción del Atlas Etnográfico de Vasconia, volvería al mismo lugar a entrevistar a Juan. Los recuerdos se agolpaban en mi cabeza porque la herrería y el ambiente eran idénticos a los vividos años atrás.
Tras varias horas de entrevista y observación recogí el proceso del herrado que describo brevemente a continuación. El primer paso consiste en introducir y sujetar el animal al potro de madera (auntegia) mediante anchas correas de cuero. Luego, el buey o la vaca se izan ligeramente hasta que sus patas delanteras quedan colgando, y se inmovilizan las patas traseras para evitar las coces mientras el herrador hace su labor. La pata que va a ser trabajada se sujeta a un saliente de madera para que la pezuña quede expuesta en la posición adecuada.
Una vez sujeto el animal comienza el herrado propiamente dicho. Primero se extraen los clavos y herraduras viejas, se limpia la pezuña con una tela de saco, y se le corta el borde por la parte exterior con el cortador. Después, con el pujavante se desgasta la planta de la pezuña y su abertura intermedia, y se liman con la escofina. A continuación se prueba la herradura para ajustarla al tamaño, y moldearla en el yunque o cortarla con el serrucho si es necesario. Normalmente se hacen varias pruebas hasta que la herradura encaja perfectamente.
El siguiente paso consiste en coser la herradura con clavos. Estos se introducen por los orificios de la propia herradura y se clavan a golpe de martillo. Dependiendo del tamaño de la pezuña se usarán 4, 5 o 6 clavos. El excedente que sobresale por la parte superior se dobla y se corta con las tenazas. Para finalizar se liman los clavos y se embadurna la pezuña herrada con aceite quemado valiéndose de una brocha. El proceso se repetirá con las cuatro patas.
La casualidad ha querido que casi veinte años después, en 2017, mientras grabábamos un video para el ayuntamiento de Laukiz (Bizkaia), tuviera la suerte de coincidir con otro herrador: Josean Olea. A pesar de estar en pleno siglo XXI, pudimos comprobar que el proceso del herrado sigue siendo exactamente el mismo que el descrito. La diferencia es que ahora, Josean va de caserío en caserío con su camión y su potro móvil. Hoy en día, solo se ponen herraduras a las caballerías y a los bueyes que compiten en las pruebas, pero aun así, puede ganarse la vida con este oficio.
Akaitze Kamiruaga – Departamento Herri Ondarea – Labayru Fundazioa
Para más información puede consultarse el artículo “Sobre el herrado de ganado” en Etniker Bizkaia. Bilbao, 1999.