El profesor de la Universidad de Alcalá, José Manuel Pedrosa, basándose en noticias encontradas en el Memorial literario instructivo y curioso de la Corte de Madrid, del año 1875, dedicó un artículo breve al tamborilero Hilarión Bengoa, publicado por Labayru Fundazioa. Se da la circunstancia de que Juan Ignacio Iztueta cita en su obra Gipuzkoako dantza gogoangarrien kondaira edo historia (Euskal Editoreen Elkartea, Klasikoak. Donostia, 1990. Edición de María José Olaziregi. La cita aquí recogida se corresponde con las páginas 110-111.) a un tamborilero de nombre Hilario. Constituye, en su opinión, el prototipo de los tamborileros engreídos que, aunque grandes ejecutantes del silbo, eran responsables en gran medida de la pérdida y abandono de las danzas antiguas de Gipuzkoa por su desapego y desprecio hacia las melodías tradicionales. El apartado en que habla de aquel, se titula de la siguiente manera: Gipuzkoako dantzari prestuak beren sorterriko dantza oniritzietan ibilteari zergatik utzi izan dioten (Por qué los nobles danzantes de Gipuzkoa han dejado de practicar las amadas danzas de su tierra). Y culpa a los tamborileros de este tipo del abandono de dichas danzas.
He aquí la traducción de los fragmentos de Iztueta en que se alude a este Hilario:
He de contaros lo que hace ahora treinta y cuatro años aproximadamente sucedió en la plaza de Ibarra el día de San Bartolomé entre un ágil dantzari y un orgulloso tamborilero, a fin de que veáis cuán dañinos son estos cultivadores de la música moderna.
Siendo alcalde de la citada localidad don Mateo Gurutzeta, el alcalde de Belauntza sacó a bailar en aquella alegre tarde, como era costumbre de todos los años, a don Martín Mendizabal, excelente bailarín.
Siendo este Mendizabal muy buen danzante y gran conocedor de las viejas melodías, le indicó a un tal Hilario, gran tañedor de cencerros, que le tocara el antiguo y agradable aire conocido con el título de San Sebastián. El orgulloso tamborilero le contestó en la misma plaza que él no era tañedor montaraz para interpretar sonatas pastoriles, sino que ejecutaba aires nuevos inventados por él, por nadie oídos anteriormente, y que bailase, si le venía en gana, al son que él tocara.
El referido señor quedó con esto tan corrido que no quiso bailar más.
El alcalde de Ibarra llamó al tamborilero y le ordenó que tocara la melodía que le pedía el danzante, castiza y popular bien cierto; pero no le quiso obedecer. Le contestó, con verdadero despecho, que prefería ir a prisión o al calabozo que tocar una sola de aquellas primitivas melodías y que, si Dios le concedía veinte años de vida, lograría desterrar para siempre todos los citados aires antiguos.
Siendo el alcalde de Ibarra una persona tan noble y sensata, le contestó: “teniendo en cuenta que estamos celebrando el jubiloso día de nuestro Santo patrón no quiero hacer contigo lo que debería; pero vete inmediatamente de nuestra plaza, con tu flauta, tu tambor y tus nuevas melodías”.
Dicho y hecho, despachando a aquel tamborilero arrogante, hizo traer desde Tolosa al tamborilero Juan Ignacio, a cuyos dulces y populares sones se solazaron con gusto.
En otra ocasión, este famoso tamborilero Hilario intentó hacer algo mayor, en Tolosa, en la mañana de San Juan.
Esta noble localidad, en el sonado día de su Santo patrono, suele organizar todos los años, la memorable Pordon dantza que siempre ha sido y será honra de los guipuzcoanos. La cual se ofrece en recuerdo de la gesta del año 1321, en que, habiendo entrado en nuestra Provincia con todas sus fuerzas el Vizconde de Anai, gobernador de Navarra con la intención de arrasar Gipuzkoa, nuestro compatriota Gil López de Oñez, junto a su hermano, salió a Beotibar, destrozaron y dividieron a todos los atacantes, y los hicieron escapar corriendo.
Aunque esta memorable Pordon dantza posee desde su mismo nacimiento sus propias melodías dulces y bien conocidas, el tamborilero Hilario quiso interpretar a los danzantes melodías nuevas creadas por él mismo. Fue digna de ser vista la situación creada entre tamborilero y danzantes: aquel que no quería interpretar melodías antiguas, y estos que se negaban a danzar con las nuevas. Finalmente, los danzantes se sintieron obligados a llamar al alcalde y este, como buen guipuzcoano sabio y noble que desea mantener las benditas y estimadas costumbres de sus ancestros, ordenó al tamborilero que en buena hora interpretara las limpias melodías de la Pordon dantza que él había conocido a lo largo de tantos años. Lo reprendió asimismo duramente, advirtiéndole de que cuidara de volver a interpretar para las danzas guipuzcoanas ninguna otra melodía sino las que son suyas propias.
Estos nuevos datos llevan a pensar que ambos tamborileros son la misma persona. Que a alguien bautizado Hilarión se le llame Hilario ha sido desde siglos atrás normal y la coincidencia en cuanto a actitud, localizaciones geográficas y período temporal es completa. Esta identidad de Hilario/Hilarión nos da, entiendo yo, una nueva prueba de la fiabilidad de los datos que Iztueta aporta en su tratado y enlaza con la conciencia profesional de aquellos tamborileros que también aparece en el caso de José Javier Echevarría y Vicente Ibarguren sobre el que recientemente he publicado Pepe Antón, el que puso el txistu en solfa (Txistulari aldizkaria, Euskal Herriko Txistulari Elkartea. Errenteria, 2023, nº 266, p. 17.).
José Ignazio Ansorena