En un mapa, una frontera es la señal que determina el borde entre dos regiones o estados. Esta se traza con una línea imaginaria que une una serie de mojones delimitadores con el fin de separar lo ‘propio’ de lo ‘opuesto’. Se nos presenta así, supuestamente, como una mera distinción entre culturas. Sin embargo, desde el punto de vista de la etnografía la frontera no es algo tan simple y ofrece un gran abanico de posibilidades. En los territorios fronterizos se han creado múltiples signos o rituales simbólicos que poseen una fuerza táctica y humana muy activa.
Se puede afirmar que la humanización del territorio es un hecho antiguo y que desde el principio conllevó una fenomenología comunitaria en la interpretación de su paisaje. Sus pobladores, a través de la historia, han dado lugar a la creación de redes de intercambio con otras regiones circundantes superando cualquier tipo de ‘limes’ o fronteras impuestas. Todo ello se ha producido gracias a la transmisión de una serie de rasgos comunes suprafronterizos. Un ejemplo de ellos lo encontramos en las ‘facerías’ para el disfrute de pastos establecidas entre valles de Hegoalde e Iparralde en el Pirineo Vasco. Y, como símbolo más representativo de estas se puede mencionar el Tributo de las Tres Vacas celebrado cada 13 de julio entre los pueblos roncaleses y sus vecinos de Baretous (Béarn).
Desde la etología humana se afirma que el hombre ha tenido siempre una tendencia innata a ocupar, delimitar y defender un territorio: su nicho ecológico. Sin embargo, desde una perspectiva simbólica, el etnoterritorio de frontera se define como un lugar adoptado culturalmente por una comunidad. Esta apropiación da lugar a su reinterpretación y a la asimilación de la ‘aduana’ como una parte propia más de su realidad etnográfica. Estos grupos culturales no se ven como partes opuestas sino como una única comunidad que han hecho de la ‘muga’ o frontera impuesta un elemento consustancial a su propia construcción cultural. La presencia de sus mojones o sus guardias no solo ha dado lugar a determinadas limitaciones sino que han producido a la par una serie de ‘huellas’, tanto materiales como inmateriales, que quedan impresas en su identidad. Veamos por ejemplo el papel que han jugado para la economía local los contrabandistas del Pirineo o las alpargateras que se desplazaban desde la ladera sur de la cordillera a Mauleón. Así mismo, en el caso de una sociedad de frontera esta vida ‘en común’ no se caracteriza solo por la coexistencia de valores culturales diferentes separados por la ‘línea’ sino que también por multitud de redes familiares y sociales tejidas sobre ella.
Se puede decir que estas colectividades fronterizas han sabido combinar sus particularidades o singularidades mediante la racionalidad instrumental. Es decir, las gentes que han debido habitar junto a la ‘muga’ han logrado crear su ‘propia realidad’ diferenciándose de cualquier sistema ajeno de aculturación supralocal. O lo que es lo mismo, la frontera se transforma así en un espacio de encuentro y desencuentro, de mestizaje, donde las relaciones dialécticas de tipo social quedan vinculadas al sustrato territorial ‘amojonado’ pero culturalmente único.
Pablo M. Orduna – Etniker Navarra – Grupos Etniker Euskalerria
Para más información puede consultarse el tomo dedicado a la Ganadería y Pastoreo del Atlas Etnográfico de Vasconia.