Hay oficios, muchos, que desaparecen; los nuevos tiempos se los llevan por delante sin piedad alguna. Con ellos, poco a poco, desaparecen también los lugares en los que se ejercían. Y a veces desaparecen hasta los pueblos en donde estaban esos lugares, e incluso las personas que fueron testigo de aquellos oficios, lugares y pueblos.
Esto es exactamente lo que ha pasado con la tejería de Aizpe, en Urraúl Bajo. No viven ya quienes allí hicieron tejas, ni queda rastro de la tejería, ni tan siquiera quedan los restos del pueblo, ni desde hace unos pocos meses vive tampoco aquél que de niño y adolescente almacenó en su memoria los recuerdos de aquel lugar…, el último testigo de aquello.
Sí, al menos, en los pueblos del entorno, sigue habiendo algunas casas, ya pocas, que cubren sus tejados con las tejas que en Aizpe fueron artesanalmente elaboradas.
Algunos, porque somos así, hemos tenido el capricho de recoger y guardar una de esas tejas; y, mejor aún, hemos tenido también, el capricho de recoger y oportunamente guardar la memoria, de aquel paraje, de aquella tejería, de aquellos tejeros. Me negaba a mirar para otro lado cuando veía, comprobaba, que el paso del tiempo difuminaba y diluía los recuerdos, las gentes, y en este caso hasta el paisaje humano. Me parecía que tenía yo mi pequeña parcela de responsabilidad al ser sabedor de que la memoria de aquel lugar descansaba en una única persona que, como todos, era ave de paso; así que le cogí por banda, le puse una cámara de video delante, y le hice narrar todos sus recuerdos de aquella tejería, de aquellos tejeros, y de aquella técnica que empleaban. Una tejería que desapareció en 1949.
Salvador Fuertes Goñi, nacido en Induráin (Izagaondoa), nos dejaba en pleno confinamiento, sin dar tiempo a despedirnos de él. Su fallecimiento volvía a poner de manifiesto la necesidad y la importancia de salvaguardar la memoria de una generación clave que se nos va.
Gracias a Salvador, de aquella tejería nos queda el recuerdo de lo que él conoció:
La familia que llevaba la tejería era de Alicante, y de septiembre a marzo estaban allá, en la campaña del turrón; y de marzo a septiembre estaban en Aizpe, haciendo tejas, ladrillos macizos y adobes de tierra.
Se cogía la tierra 200 metros más arriba, cara a la peña de Guerguitiáin; era tierra de buro. Se acarreaba con burros, en artolas, unos cajones de madera que se abrían por la base.
Para hacer los adobes se metía la tierra de buro en gambellas de madera, y se mezclaba bien con paja; tenía que ser paja muy menuda, como de trilladora; luego se raseaba la gambella, se le ponía una lona por debajo, y se sacaban los bloques, que eran como ladrillos. Esos bloques se secaban al aire y al sol, no se metían al horno; y de vez en cuando había que ir cambiándolos de lado.
Para hacer las tejas se hacían en el suelo una especie de piscinas excavadas; allí se iba descargando la tierra, después se echaba agua, y con los pies se pateaba todo bien para hacer la mezcla. Y con esa tierra se iban haciendo las tejas. Paralelo al camino había un tejadillo largo que permitía ponerlas a secar allí sin miedo a que se mojasen en caso de lluvia; y cuando hacía sol se ponían también en una explanada, delante de la tejería, de dos en dos, de pie, apoyada la una en la otra.
A estas sí que se les metía en un horno. Era un horno cerámico; por la parte de abajo se cargaba de leña, normalmente a base de boj. Y en la parte superior estaba la cámara de cocción; allí se ponían las tejas de dos en dos, de pie, apoyadas una en la otra; si una pareja la ponías con la parte ancha abajo, la otra al revés, para aprovechar bien el sitio. ¿Cuándo se sabía que ya estaban cocidas? Pues cuando las llamas de la cámara de abajo salían ya por la boca superior.
Fernando Hualde – Etnógrafo – Labrit Patrimonio
Puede asimismo ser de interés el apunte titulado Simbología tradicional de la teja de Daniel Rementeria.