En abril y mayo se impone la necesidad de buscar la protección de las florecientes cosechas y la dicha de la lluvia moderada. Es un tiempo jalonado de costumbres asociadas a la colocación de árboles o chopos pelados en plazas o altozanos (práctica que se suele prolongar hasta San Juan o las fiestas patronales), la figuración vegetal de mayos vivientes o peleles, la curiosa designación o elección de las virginales mayas o el singular matrimonio juvenil de mayos y mayas.
El elemento vegetal, protector de la comunidad y sus bienes, ha sido en buena parte sustituido o sometido a un proceso de sincretismo por el cristianismo. El árbol mayo conjuga elementos simbólicos tanto naturalistas como religiosos, siendo incluso eclipsado por la festividad de la Santa Cruz (3 de mayo), con sus adornados monumentos de la cruz, bendiciones de campos y todo tipo de componentes florales o vegetales.
Pero en Euskal Herria este tipo de costumbre se ha compaginado con la tradicional celebración de las niñas mayas (figuras y altares tan populares en Castilla y Andalucía) y sus cortejos itinerantes. Sirva de ejemplo la referencia de W. F. von Humboldt en sus anotaciones de viaje, en la primavera de 1801, al llegar de Pasaia a Donostia, en Gipuzkoa:
“Cerca del mar nos recibieron una multitud de niños, la mayoría niñas, con panderetas y nos acompañaron, jugando y danzando, con atroz chillería hasta dentro de la ciudad. Esta manera de mendigar es, sin embargo, aquí solamente usual durante el mes de mayo.”[1]
Costumbre generalizada en otro tiempo y actualmente confinada en el valle de Baztan (Navarra), donde aún se representa la elección de la reina o reinas mayas (recordemos que el mes de mayo, en el ámbito católico, está dedicado a la Virgen María). Las localidades de Arraioz y Arizkun han conservado la denominada erregiñe ta saratsa mediante la organización de sendos cortejos femeninos que visten a su reina o reinas de blanco, coronadas con ornamentos vegetales, lazos azules en cintura o terciadas al pecho, portadas en andas o a pie en su recorrido petitorio y acompañadas por su séquito al son de panderetas.
Representación de una agonizante tradición que se caracterizaba por jóvenes o niñas postulando de casa en casa, la comitiva iniciaba su presentación cantando como lo hacen en Arraioz:
Erregiñe ta saratsa,
neskatxa eder garbosa,
ela, ola, etxekoandrea,
atera zaitez leiora,
leiora ez bada atera.
(Reina y sauce, / muchacha hermosa y garbosa, / saludos a la señora de la casa, / salga a la ventana, / si no a la ventana a la puerta.)
Seguía el tarareo de una jota lenta que ejecutaban las reinas mayas o su séquito. Dedicaban alabanzas a los moradores (a la señora de la casa o sus hijas, al dueño o los varones, al cura…) e interceptaban a los transeúntes que encontraban en la calle (en euskera o castellano), para solicitar y animar a aportar un dinero por su actuación. Azuzaban si observaban dudas en la aportación y no se mordían la lengua si no eran correspondidas, pues de modo versificado afeaban dicha negación. Destinaban lo recaudado a comprar cirios para la festividad de la Virgen y una merienda, y se repartían lo sobrante.
Se observan postulaciones femeninas o infantiles similares en otras latitudes y fechas (San Felipe y Santiago en Balmaseda o las pascuas de Karrantza y Lanestosa, por caso, en Bizkaia) que van asimismo languideciendo. Algunas están asociadas de modo evidente al ritual católico y otras combinan esas creencias con un contexto naturalista o pagano, habiendo sido ferozmente repudiadas por la celosa curia pontificia.
Josu Larrinaga Zugadi – Sociólogo
[1] Humbolt, Wilhelm Freicher von. Los vascos. Apuntaciones sobre un viaje por el País Vasco en primavera del año 1801. Donostia: Auñamendi, 1975.