La industria tiene una larga trayectoria en el País Vasco y en esos años, ha sufrido múltiples altibajos. Cada comarca tiene su historia, pero en este caso, hablaremos de la industria papelera que fue tan importante en Tolosaldea (Gipuzkoa). Esta actividad comenzó con la apertura de Nuestra Señora de la Esperanza en Tolosa en el año 1842 y posteriormente se abrieron más fábricas en la zona, sobre todo en la cuenca del Oria.
La puesta en marcha y mantenimiento de las papeleras requería mucho personal. Se trataba mayormente de trabajos no mecanizados y, por lo tanto, se necesitaba mucha mano de obra. Esta nueva situación influyó directamente en los pequeños pueblos donde hasta entonces dominaba la vida tradicional ligada al caserío. Aunque esto afectó a toda la población, este artículo se centra en las chicas jóvenes de la época, que trabajaron en las papeleras desde que finalizaban sus estudios a los 14 años, hasta casarse.
Cabe destacar que, aunque en este caso se entrevistaron mujeres que trabajaron en la industria papelera en Berrobi (Tolosaldea, Gipuzkoa), se daban situaciones similares en otras fábricas de papel u otras industrias de la comarca[1].
Centrándonos en el tema, entre las décadas de 1950-60, en pleno franquismo, el régimen consideraba que la principal responsabilidad de las mujeres era el cuidado de la familia y el hogar, por lo que muy pocas continuaban con los estudios después de finalizar la escuela a los 14 años. Las opciones que una joven tenía a su alcance a esa edad eran permanecer en el caserío o ser criada. En estas circunstancias, trabajar en la papelera era la solución más rentable.
“Nos ofrecían mejores condiciones en la fábrica, los domingos teníamos fiesta y las horas extras las pagaban, ¿qué mejor? Además, empezábamos al día siguiente de pedir el trabajo”.
La tarea de la mayoría de las mujeres consistía en pasar el papel, limpiarlo, colocarlo en abanicos y contarlo, es decir, lo que entonces se hacía a mano, actualmente lo hacen las máquinas. Solían estar en una sala clasificando el papel, mientras que los hombres tenían otra zona en el taller porque las labores de cada uno estaban muy definidas. Por otra parte, los días en los que había poco trabajo, les decían que limpiaran los baños de los hombres, “no me gustaba nada, teníamos la impresión de que lo ensuciaban a propósito” dice una entrevistada.
Aunque no les brindaba independencia económica, para estas mujeres era muy gratificante recibir dinero semanalmente. Algunas tenían que entregarlo en casa, pero otras lo guardaban para pequeños caprichos o para el ajuar. En cuanto al salario, las entrevistadas destacan que las mujeres ganaban menos que los hombres. Posteriormente, debido a los años que cotizaron en la Seguridad Social cuando trabajaban en la fábrica, la mayoría tiene una pensión ahora que están jubiladas.
La escuela, el trabajo en la fábrica y después, el matrimonio; por lo que casi todas dejaban su actividad laboral cuando se casaban. Destacan que para ellas las cosas eran así y la mayoría están de acuerdo con la decisión tomada.
“En aquella época lo normal era dejar el trabajo, todas lo hacían, un sueldo era suficiente en casa y las mujeres criábamos a los niños en casa. Era una decisión muy normalizada, hoy en día las cosas son muy diferentes, yo hoy por hoy no dejaría de trabajar”.
En las décadas siguientes las mujeres continuaron trabajando en la papelera, pero cada vez eran más las que seguían haciéndolo después de haberse casado.
Maddi Dorronsoro – Antropóloga
[1] Ejemplo de ello es el caso de las adolescentes o mujeres solteras que trabajaban en la fábrica de porcelanas de Bidania. Para profundizar en el tema léase “Bidaniako Ontzi Fabrika” (2021).