Apuntes de etnografía

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En el proceso de la recopilación de la memoria oral, sabemos que las fotografías, los objetos cotidianos o las cartas pueden funcionar como “disparaderos” de recuerdos, como herramientas que accionan la memoria individual y colectiva. A través de estos elementos y su capacidad evocadora, las historias capturadas en un espacio y tiempo concreto pueden ser nuevamente traídas al presente por quien los observa, incluso cuando estos recuerdos ya no están tan presentes en nuestra memoria cotidiana.

Esta y muchas otras reflexiones metodológicas son resultado de la experiencia del proyecto “Memoria Anclada-Memoria Ainguratuta” impulsado, junto a la Residencia de mayores San Jerónimo de Estella/Lizarra. Allí, durante varias sesiones, diez personas residentes en este centro han puesto voz a sus fotografías y objetos personales previamente seleccionados por tener un significado especial. Al encontrarse frente a una imagen en blanco y negro de su familia, del apero que usaban en el campo antes de la llegada de la maquinaria agrícola o de la muñeca de trapo cosida para una hija, estas personas no solo han ido describiendo la vida y las costumbres de otra época -memoria colectiva-, sino que también han podido ir tejiendo una historia de vida -memoria individual-. El ejercicio de recordar es complejo y también está lleno de emociones, silencios, conexiones o desencuentros. Es por eso que, quien escucha activamente desde el ejercicio etnográfico, también debe comprender y respetar sus límites.

Entrega de la llave de la memoria a una de las participantes. Fuente: Labrit Ondarea

La memoria en la mente humana es una función, la capacidad de almacenar e ir recuperando puntualmente una información aprendida o un suceso vivido. Desde nuestro quehacer de la recopilación de la memoria oral, estas metodologías utilizadas, como las fotografías interpretadas en formato audiovisual, pueden convertirse, a su vez, convenientemente moldeadas, en llaves de la memoria para sus protagonistas que, en sus manos, permiten el acceso continuo a sus recuerdos y vivencias que quizá hoy se rememoran con nitidez, pero que en muchos casos suelen ir desapareciendo: a veces de una manera gradual, casi imperceptible, como esa pátina que parece empañar una fotografía de la que sin embargo podemos seguir apreciando los elementos más importantes; otras veces, de manera súbita, convirtiendo en desconocidos rostros y lugares hasta entonces fácilmente identificables.

Por eso estas llaves, en tanto que herramientas únicas que permiten acceder a todo tipo de rincones de nuestra experiencia, pueden ser usadas tanto por quien las posee como por aquellas personas que cuenten con su permiso. Vuelven, por tanto, a ser memoria individual y colectiva a un tiempo.

Esta devolución etnográfica del ejercicio de la memoria queda, por tanto, a disposición de las personas usuarias de una residencia de mayores como ha sido este caso, posibilitando una serie de aplicaciones terapéuticas cuando exista, por ejemplo, un deterioro cognitivo, pero también para auto referenciarse o compartir este ejercicio colectivamente. Y es que la memoria es la preservación del pasado, pero también es lo que da sentido al presente e ilumina el futuro.

 Ane Etxarri – Antropóloga en Labrit Ondarea

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