En el post anterior comenzamos a exponer la relación que mantenían hace décadas los baserritarras de Bakio con su arenal. Sigamos con el relato.
Además de la arena y del grijo, obtenidos en tierra firme, conforme a lo descrito en el primer capítulo de este artículo, los habitantes de las zonas rurales de la costa también se aprovechaban del agua salina del mar, entendiéndola como un elemento saludable y medicinal. Era común recoger en garrafones el agua del mar, verterla en un barreño e introducir en ella la parte del cuerpo (normalmente pies, piernas o brazos) inflamado o herido. El agua del mar era también un eficaz remedio para el catarro de nariz; tras coger una poca cantidad con las manos en forma de cuenco, se aspiraba para que pasase a través de las fosas nasales, y disminuir, de esta manera, la mucosidad. La ciencia médica también constató los beneficios del mar en la salud de las personas y así surgieron balnearios (Igeretxe en Getxo, La Perla en San Sebastián) y los sanatorios (Gorliz) a orillas de las olas. En Bakio no hubo edificaciones de este tipo, pero en la casa Luisene, situada en la zona de dunas, se ofrecían a los veraneantes baños de sal con agua del mar en grandes barreños de madera.
A veces, aparecen y se depositan en la playa abundantes masas de algas (itsosbedarrak), sin seguir ningún calendario y en función de los temporales y del estado de la mar. En muchos de esos casos, los y las baserritarras las recogían y las transportaban hasta sus terrenos y huertas, donde las extendían mojadas, como abono. En ocasiones concretas recogieron y vendieron grandes cantidades a empresas mayores, que las utilizaron para la obtención de yodo.
No sólo se ha sacado provecho de los elementos naturales propios del litoral. El Cantábrico es bravío y sus temporales causan naufragios inesperados, más frecuentes antiguamente, cuando los barcos eran de madera. Los restos de las naves hundidas frente a la costa bizkaina aparecían muchas veces, arrastradas por las corrientes, en sus playas, también en la de Bakio. Se trataba, normalmente, de maderas de buena calidad, tablones y troncos, cuerdas, etc. que los habitantes recogían y usaban para alguna función concreta o para hacer fuego en el hogar. Hay constancia de la recogida de cera blanca procedente de barcos, que utilizaban para hacer velas (vaciaban el interior de cañas, colocaban un cordón y vertían al interior la cera en caliente). Debemos recordar que, a diferencia de hoy, antiguamente la playa no se limpiaba. Lamentablemente, en ocasiones aparecían también cuerpos de navegantes ahogados, que eran recogidos y trasladados, cuando no se conocía su identidad y procedencia, al cementerio del pueblo, donde se les daba correcta sepultura.
Finalmente, la progresiva divulgación de los beneficios de los “baños de mar” convirtieron muchas playas, entre ellas la de Bakio, en lugares de salud, evasión y ocio para la población urbana; lugares de “veraneo”, a fin de cuentas. Al contrario de otras localidades con arenales, como Getxo o Gorliz, Bakio no contaba con tren, por lo que las familias bilbainas que acudían a la playa, eran de alto poder adquisitivo. Surgió así, para la población local, gracias también al mar y a la playa, un nuevo campo laboral al servicio de los veraneantes (cocineras, criadas, añas, jardineros, obreros, carpinteros…) y ésto dio origen a la ampliación del ámbito comercial propio del caserío, mediante la venta directa de sus productos (leche, huevos, hortalizas, frutas…) a los foráneos.
En el caso concreto de la leche, era especialmente apreciada la proveniente del ganado que pastaba cerca del mar, pues el salitre de éste aportaba yodo a los prados, que a su vez era metabolizado por los animales incorporándolo a su propia leche. A principios del siglo XX los médicos alertaban sobre la gravedad de la falta de yodo que padecía la población, por lo que la demanda de este tipo de leche aumentó de tal manera que en los mercados semanales de Bermeo y Mungia la leche de Bakio se vendía a un precio mayor que la del resto de localidades.
Zuriñe Goitia
Antropóloga