Podríamos afirmar de forma resumida que hoy día en el mundo moderno occidental el peinado y el tocado femeninos constituyen un complemento más del vestido, sin embargo no ha sido siempre así, ni mucho menos. Desde la antigüedad, la manera de peinarse y cubrirse la cabeza era un distintivo de la condición social de las mujeres, de su estado civil y, más aún, del papel y la consideración que tuvieron dentro de una sociedad fuertemente jerarquizada. En la sociedad estamental, y posteriormente en el mundo tradicional hasta finales del siglo XIX, el tocado fue utilizado para reconocer la condición civil de las mujeres.
Una de estas tocas es la de bandas rizadas que, enrolladas sobre la cabeza, forman un casquete que se ata bajo la barbilla, y que podemos admirar en Andra Mari de Elexalde, en Galdakao (Bizkaia), o Santa Columba, en Argandoña (Vitoria-Gasteiz).
En los pueblos situados en torno al Golfo de Bizkaia estas y otras tocas darán paso en el siglo XIV a la utilización de una gran variedad de tocados de lienzo en cuanto a sus formas y hechuras. Las tocas ‘a la vizcaina’ por las que serán reconocidas nuestras mujeres fuera del territorio y nombradas por propios y extraños (tocada, tontorra, curbitzeta, juichia o jucichia, moco o sapa) serán reproducidas una y otra vez en numerosas publicaciones.
Para apreciar globalmente esta riqueza de formas contamos con los tres óleos pintados por Francisco Vázquez de Mendieta alrededor de 1600. En sus formas, analizadas en conjunto, podemos decir que se aprecia un claro predominio de la tendencia gótica de estilizar la silueta, iniciada en el siglo XV con la moda de los tocados franco-borgoñones.
Su función se ve trastocada con las formas apuntadas de las tocas vizcainas que serán interpretadas por la autoridad eclesial como un ejemplo más de que el cuerpo de la mujer es “la puerta del diablo”, llegando a ser prohibidas por los obispos de las diócesis vascas. No obstante estas normativas fueron sucesivamente contestadas por las mujeres, al considerar el tocado y su confección como parte del traje de la tierra, convirtiendo su preservación en objeto de pleitos y sanciones, en los que, mayoritariamente, serán respaldadas por las autoridades locales.
El uso de estos tocados, conocido al menos desde el siglo XIV, empieza a declinar a partir del siglo XVII, para desaparecer totalmente en la primera mitad del XVIII, tal y como recoge el historiador Iturriza.
A partir de este momento el tocado de lienzo simplifica su volumen, y su uso se circunscribe al traje popular, derivando en el pañuelo de lienzo blanco (sabanilla, buruko-zapia, buruko-zuria, izaratxoa), utilizado hasta el primer cuarto del XX por nuestras etxekoandres, convertido en elemento identificador de su traje.
Podemos agruparlos en hechuras que van desde el elevado cono truncado atado en el frente, con reminiscencia en las tocas medievales, pasando por las diversas variantes que trasladan el vuelo hacia atrás y lo anudan sobre la cabeza, o el rodete, dejando uno, dos y hasta tres picos (belarriak).
La última generación de mujeres que ha llevado la cabeza cubierta en el ámbito tradicional lo ha hecho generalmente en negro o medio luto, a tono con su traje, debido al estado de viudedad y edad avanzada de la mayor parte de ellas, tras sobrevivir a la guerra civil.
Para terminar mencionaremos la mantilla (mantelina), prenda que fue impuesta por la autoridad eclesial a doncellas y mujeres en contra de la costumbre del país y muy contestada en el mundo tradicional vasco.
En la actualidad el tocado de lienzo que históricamente identificó a la mujer vasca ha quedado relegado al ámbito folklórico.
Amaia Mujika – Euskal Museoa Bilbao Museo Vasco